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Un país con instituciones es aquel que cuenta con organizaciones que desempeñan funciones específicas y concretas a favor de la sociedad, de manera eficiente. Son instituciones valoradas y respetadas por ello, lo que les otorga la legitimidad necesaria para seguir ejerciendo sus funciones.

En el Perú, las principales instituciones son estas: el Poder Ejecutivo, el Congreso, el Poder Judicial, la Policía Nacional, la prensa, y los propios gremios. Están todas cuestionadas y en mayor o menor medida su credibilidad es escasa. Peor aún: esta credibilidad va en descenso, directo a pique, frente a la más absoluta indiferencia de los ciudadanos, al extremo que resulta más importante para el común de los peruanos el álbum de Panini que la vacancia presidencial.

Lo lamentable de este deterioro de la institucionalidad es que se produce de manera constante pero paulatina, con lo cual poco a poco todos nos vamos acostumbrando a vivir con ella. Esto no significa que nos sintamos cómodos viviendo así, pero sí que las cosas que suceden ya no nos sorprenden. Ya no nos impactan las prisiones preventivas, los reiterados escándalos de los congresistas, ni que cambiemos de presidente. No nos llama la atención la falta de respeto a los policías, ni la delincuencia o el maltrato a las mujeres. Damos por hecho que nuestro país es así y que hay que aprender a vivir con ello.

Las consecuencias de esta precariedad institucional se van sintiendo en la economía. La incertidumbre ante la falta de reglas ahuyenta las inversiones. No nos debe sorprender entonces que las empresas estén buscando reducir costos y ser más eficientes, en vez de pensar en crecer e invertir. Pero existe otra consecuencia, más grave aún, por cierto. Nos estamos volviendo una sociedad cada vez más violenta y transgresora. Nos sentimos con el derecho y la autoridad de hacer lo que nos parezca justo, más allá de su legalidad. Así solo generamos que esta institucionalidad se deteriore cada día más, en un círculo vicioso con consecuencias difíciles de predecir.

No creo que sea fácil salir de esta situación, pero sí que el inicio de cualquier mejora empieza por reconocer la gravedad del problema y tomar conciencia de él.