Los parlamentos, congresos, asambleas, o como se les llame en cada uno de los Estados democráticos de América, son en esencia las representaciones del soberano, que es el pueblo. Me explico. Ante la decisión del rey Luis XVI de mandar desalojar a los diputados del estado llano que se habían reunido en el mismísimo Palacio de Versalles en la histórica sesión del Juego de la Pelota, en junio de 1789, y airear la figura de Mirabeau que, señalando al jefe de la guardia, le dijo: "Vaya Ud. a decirle a su amo (el rey) que estamos aquí reunidos por la voluntad del pueblo y que solo saldremos en la punta de las bayonetas", quedó instalada la Asamblea Constituyente, pues de allí no salieron hasta darle una constitución a Francia. El 14 de julio siguiente se produjo la Toma de la Bastilla, antiguo castillo donde se encerraba a los enemigos de la monarquía. Esta fecha perenniza en la historia universal el inicio de la edad contemporánea y ese mismo día se instaló la Asamblea Nacional. El poder pasó del soberano monarca del Antiguo Régimen al soberano pueblo de la república y la democracia. Ello explica por sí solo la connotación que ha tenido este encuentro de los presidentes de los parlamentos a iniciativa del nuestro. La voz del pueblo es la voz de Dios. En la institución parlamentaria yace la voluntad del pueblo y ello exige la máxima postura del que recibe la representación. Este encuentro –que contó con el auspicio de la OEA- marca un hito en la historia parlamentaria del hemisferio –Chile será la sede del segundo en el 2015- para confluir experiencias nacionales, y crea un foro dinámico para la diplomacia parlamentaria en la defensa incólume de la democracia en el continente.