Por mucho que se sostenga que la educación sexual debe impartirse únicamente desde la casa y no en las escuelas, las cifras de su pobreza son aplastantes: en el Perú se producen diariamente más de 800 embarazos no deseados, el 14% de adolescentes es madre o está embarazada y 4 niñas de entre 10 y 14 años dan a luz todos los días.

Y sí, el aborto está prohibido por ley, pero -ingenuidades de lado- existe. Del millón de embarazos al año que se producen en el país, un tercio son terminados mediante abortos clandestinos.

¿Por qué no podemos decir que esto no nos compete a todos? Para empezar, porque de las más de mil mujeres que abortan al día, 94 ingresan a hospitales públicos por abortos mal practicados y dos mueren por

Complicaciones. Esto, además de la obvia tragedia psicológica y física que supone, genera altos costos al Estado por hospitalización y, por ende -si esos costos se pagan de nuestros bolsillos- el argumento de la moral privada pierde fuerza.

¿Qué se hace, entonces, para revertir una situación así de alarmante? Luego de que en agosto del año pasado, el Poder Judicial dispusiera que los centros de salud pública entregasen gratuitamente la píldora del día siguiente, los más acérrimos conservadores protestaron ante el medicamento por considerarlo -a pesar de que los últimos estudios médicos dijeran lo contrario- abortivo.

Sin embargo, cuando la educación sexual forma parte del currículo escolar, el grito al cielo es aún más fuerte. ¿Qué proponen, entonces? Porque, considerando la evidencia empírica, y le duela a quien le duela, en el Perú la educación sexual hogareña deja mucho que desear.