Steven Spielberg vuelve al primer plano de atención con "Puente de espías" (Bridge of spies), un emocionante drama de espionaje basado en hechos reales y protagonizado por Tom Hanks. La historia se desarrolla entre finales de los años 50 y principios de los 60, época de mucha tensión en las relaciones entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética.
Durante la llamada "Guerra Fría", el espía ruso Rudolf Abel (impecablemente interpretado por el británico Mark Rylance) es capturado por la CIA en EE.UU. y llevado a juicio. El prestigioso abogado de seguros James B. Donovan (bien encarnado por Tom Hanks) es llamado por el gobierno norteamericano para hacerse cargo de la defensa de Abel, pensando en un 'proceso justo' para el acusado a pesar del masivo descontento de la opinión pública que pide su cabeza.
Donovan es también un hombre de familia, pero no temerá -al menos al principio- que su accionar, que considera puramente profesional, pueda afectar a los suyos. Su visión de los hechos irá más allá de la paranoia generada por el espionaje y considerará fundamental salvar la vida del espia ruso. El tiempo le dará la razón.
Poco después, durante una operación militar secreta en tierra soviética, un piloto estadounidense es capturado y conducido a prisión. Llega entonces el momento perfecto para que Donovan entre a tallar nuevamente. Su misión, tan secreta que no podrá revelarla ni a su propia familia, consistirá en viajar a Europa para reunirse con autoridades rusas y encontrar la manera de intercambiar a sus respectivos espías: el piloto norteamericano por el detenido ruso.
La negociación, empero, resultará más complicada y peligrosa para el experto hombre de leyes al sentirse obligado a interceder por otro ciudadano estadounidense, un joven estudiante detenido en Berlín Oriental y acusado igualmente de espionaje.
RITMO Y FLUIDEZ. La vena humanista y el sentido de la aventura tan bien aprendido por Spielberg, a través de una ya larga trayectoria, se imponen en un relato narrado con un magnífico ritmo y una fluidez muy propios del cineasta. El guión de Mark Charman y los hermanos Ethan y Joel Coen se preocupa, por un lado, de plantear y desarrollar de manera convincente la relación del Abel y Donovan. Del acusado con pinta -y modales- de ser el más normal e inofensivo de los sujetos, y su representante legal convencido de que su cliente puede resultar muy útil si permanece vivo.
Por otro lado, asistimos a las negociaciones que maneja Donovan en Berlín, en los días posteriores a la construcción del tristemente célebre 'muro' que separó a Alemania durante décadas. Labor en la que el abogado de Brooklyn se sumerge con la misma habilidad con la que -al inicio de la cinta- razona frente a un colega sobre la cobertura de las aseguradoras en un caso de accidente múltiple.
Que el caso se haya resuelto favorablemente para las partes queda para la anécdota. Lo sustancial es el tratamiento narrativo de corte clásico -a la antigua dirán algunos- que le imprime el curtido Spielberg y que, ciertamente, se sustenta también en la pericia de sus colaboradores de turno, entre quienes figuran los habituales Janusz Kaminski en la dirección de fotografía y Michael Kahn en el montaje. Llama la atención que la eficaz partitura musical haya sido creada por Thomas Newman y no por John Williams, su compositor de cabecera.
Asimismo, son fundamentales en el relato las actuaciones de Hanks y Rylance. El primero, muy sobrio en un rol que en otro tiempo podrían haber interpretado Gregory Peck o James Stewart. El segundo, brillante en su caracterización de perfil bajo, con los gestos y la mirada justos, hablando solo lo necesario, incluso en las recomendaciones que se atreve a darle a su abogado.
Es cierto que Spielberg no logra sacudirse de uno que otro exceso patriótico, como ocurre en la escena en que los escolares ven imágenes de destrucción de bombas nucleares o aquella otra en que los niños entonan un himno. Sin embargo, esto no empaña en absoluto los méritos de una película hecha con el mejor oficio.