Pasó que lo que tenía que pasar con la ley de promoción del empleo juvenil. Murió casi neonata. Como han muerto varias de las pocas e importantes iniciativas de reforma de este gobierno. Como cayó Conga, como cayó la reforma de las AFP, como han terminado siendo aún ineficaces los paquetes de reactivación ante la caída de la economía.

Este columnista consideró que la norma derogada tenía muchas más virtudes que defectos, que era perfectible pero que valía la pena dejarla correr. Al igual que el proceso de reforma de las AFP, tan crucial e importante, pero que terminó defenestrado por errores de enfoque, por quedarse corto en el propósito y por no contar con una adecuada estrategia de comunicación.

Ojalá que los “últimos mohicanos” de las reformas del humalismo, la Ley Servir y la reforma educativa, no sigan la misma suerte. Como país nos merecemos avanzar, aunque sea en algo, más allá de que este quinquenio ya esté perdido.

Pero volviendo a la “Ley Pulpín” (el último deceso), reitero que pasó finalmente lo que suele suceder cuando se combinan varias cosas: un gobierno con limitadísima capacidad para operar política y comunicacionalmente, que además ha hecho del insulto y de la diatriba a sus adversarios su modus operandi, y para el que las palabras concertación, negociación y pacto son inexistentes. Junto a una oposición limitada, fragmentada, débil y reactiva (el otro día dos congresistas opositores, a raíz de la “Ley Pulpín” ya aprobada por ellos mismos, me decían algo así como que ellos tienen que escuchar “los gritos de la calle”). Y acaso lo más importante: un país sin instituciones; en el que el conflicto político ya no es procesado en las instancias donde corresponde sino en los tribunales, en los medios, en las redes y finalmente en la calle (así sean 5, 10 o 15 mil personas las que vociferen). Me pregunto: de aquí en adelante, ¿la calle tendrá la última palabra cuando las entidades tomen decisiones según sus competencias legales o constitucionales?

A eso hemos llegado. Veinticinco años después de la llegada al poder de un “chinito” desconocido que derrotó a un “ilustre peruano” (hoy garante del Gobierno) ante el fracaso de la política y los políticos tradicionales, las condiciones que hicieron posible tal situación se mantienen inalterables. Seguimos siendo una democracia pegada con babas. O sea, no hemos aprendido nada.