Ni el frío, lluvia, viento o sol acalla el cantar de los danzantes. El movimiento de sus cuerpos vence cada obstáculo de la naturaleza para venerar a la Mamita de la Candelaria, una de las festividades más impresionantes, no solo del Perú profundo, sino del continente y el mundo. No por algo ostentan desde 1985 el título de Capital del Folklore Peruano.

El escritor José María Arguedas en cierta ocasión escribió: “No creemos que exista en América un acontecimiento comparable en cuanto a danzas y música, como la fiesta de la Virgen de la Candelaria”.

Quienes fueron testigos de estas celebraciones, de seguro notaron que por las venas de cada protagonista de las fiestas corre sangre de sus ancestros, quienes a través de sus expresiones coreográficas manifiestan sus actividades cotidianas.

El investigador puneño René Calsín Anco en su libro Historia de Puno escribe: “Los primeros pobladores (cazadores y recolectores) nos dejaron varias expresiones coreográficas. Danzas de los cazadores son los Choquelas, el Jaylli, el Puli Puli, las Challpas, los Chojñas, los Chuchulayas y los Llipis. De los recolectores quedan atisbos en el Kallawaya, el Loco Palla Palla, el Soldado Palla Palla y en algunos Pujllay y Anata, porque muchas de sus expresiones, con la agricultura devinieron en danzas agrícolas”.

En su trabajo, Calsín cita infinidad de nombres de danzas, varias de ellas camino a la extinción, como aquellas que nacieron bajo influencia puquina, aimara y quechua, cada una con marcada presencia a lo largo de la historia. Toda esta vasta riqueza de manifestación popular se ha fusionado con el paso del tiempo y que tiene su máxima exposición en la festividad de la Virgen de la Candelaria, la mamita de Puno y del Perú.