Estados Unidos sabe de memoria que a Venezuela, que vive una de las crisis más complejas de su historia reciente, se la presiona con sanciones económicas, que suelen ser las medidas más letales en el siglo XXI. Por esa razón, Nicolás Maduro no se ha demorado en reaccionar protestando por el veto migratorio que acaba de ser decidido por el gobierno de Donald Trump, que apunta directamente en la herida chavista. A diferencia de los otros vetos decididos contra Corea del Norte y Chad, cuyos nacionales tienen prohibido el ingreso en territorio estadounidense, en el caso de Venezuela será aplicable únicamente para las autoridades y funcionarios del gobierno y para sus familiares. Washington explica que la medida se debe a que Caracas no ha brindado la información básica requerida sobre las movilizaciones de sus funcionarios, arguyendo lógicamente que primero está la seguridad del país. Trump vuelve a impactar en Maduro y en su círculo más cercano, los que entran en shock por la desesperación al no poder ingresar al país más poderoso de la Tierra, sabe Dios -seguramente la Casa Blanca sí- por qué razones. No hay duda que Estados Unidos no dará tregua a Maduro por la notable ausencia de vocación y buena voluntad para el cumplimiento de las reglas mínimas del derecho en su país. Sin embargo, no debe perderse de vista que la medida en el fondo apunta a sostener a Venezuela como uno de los espacios de la región menos confiables luego del atentado del 11 de setiembre de 2001. Me explico. Desde que llegó al poder Hugo Chávez ingresaron gentes del Medio Oriente, particularmente de Irán y de otros países islámicos. Esta situación ha colocado a la antigua región del Darién en una de las que más apertura ha tenido con las personas que provienen de países cuestionados por sus diversos niveles de asociación o compromiso con el terrorismo internacional. Estados Unidos está pensando en todas las lógicas posibles que su seguridad nacional exige, de allí que Venezuela haya sido incluida en la lista de países vetados.