Faltan pocos días para que el presidente OHT convoque el proceso electoral general del 2016 y todas las promesas de una reforma electoral, de las que se han hablado por más de una década, quedan en nada.

Solo se han hecho cambios cosméticos a pesar de que todas las tiendas políticas dijeron que estaban de acuerdo de hacer una profunda reforma que refuerce la democracia interna de los partidos y la transparencia de fondos recaudados ante la ciudadanía.

Lo cierto es que los partidos políticos (alrededor de 20 tienen franquicia para participar en las justas del 2016) se han vuelto un negocio. Aquel que tiene inscripción puede negociar con algún grupo el alquiler de la franquicia o la compra del partido.

Otro negocio es la posición dentro de la lista para congresistas y el voto preferencial. Mientras mejor posición en la lista, más se “aporta” al partido en contante y sonante (no hay recibo por si acaso y tampoco reclamo si no sale electo). Uno puede tener una posición no muy favorable, pero eso se arregla con el voto preferencial y para ello hay que invertir en publicidad y regalos por doquier (la gente espera más que polos y gorritos).

Los partidos no necesitan “militantes puros y sinceros”; necesitan personas con recursos: dinero, medios de comunicación, simpatía popular por presencia en medios en algún programa con gran audiencia, etc. Es por ello que 71 de los 130 congresistas que hoy tenemos no eran militantes del partido por el cual fueron electos 12 meses antes de la elección.

Si el Congreso no se va a reformar a sí mismo, hagamos un referéndum.