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Se viene imponiendo en nuestro país un estilo de hacer política que lleva como única bandera deshacer reformas y mantener el estado actual de las cosas, así deprede el medio ambiente o destruya ciudades. Seguro podría rastrearse su origen varias décadas atrás, pero hoy parece haberse convertido en una tendencia. En Lima, el alcalde Castañeda y, a nivel nacional, Keiko Fujimori vienen abanderando la agenda de la contrarreforma.

Tres de las principales propuestas de la candidata de Fuerza Popular buscan eliminar medidas que son parte de las reformas impulsadas durante los últimos años. En seguridad, su principal propuesta es volver al recientemente anulado 24x24. En materia de minería y medio ambiente, en vez de sumar a los avances que buscan revertir las consecuencias negativas de la minería ilegal e informal, se alía con sus responsables y plantea derogar los decretos legislativos que por primera vez abordan el tema con decisión. Finalmente, propone desbaratar la reforma de la educación superior (ayer ya vimos al congresista Elías, dueño de la Universidad San Juan Bautista, intentando revivir la Ley Cotillo), eliminando la Sunedu y consolidando a las universidades privadas como espacios de acumulación de riqueza económica para sus dueños.

En Lima, el alcalde Castañeda se ha enfocado en desarmar la modernización del transporte público, tal vez el cambio que con más urgencia debería impulsar la ciudad. Si el alcalde tenía tantas críticas a la reforma del transporte, hubiese podido mejorar esos puntos débiles. Eligió, en cambio, desbaratar todo lo avanzado sin proponer más alternativa que la del estado actual de las cosas.

Los ejemplos están ahí y hablan por sí solos. Todos sabemos que hay mucho en el Perú que debe cambiar. ¿Por qué seguimos votando por aquellos que solo proponen impedir estos cambios?