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El daño político que Joaquín Ramírez le ha hecho a Keiko Fujimori parece ser nefasto. Su renuncia, además de evidenciar lo insostenible de su versión del “cholo con plata”, se tira abajo cuatro días de defensa cerrada de la propia Keiko, Chlimper y los que salieron a protegerlo. Todos acusaron guerra sucia y calumnias, cargaron a Ramírez en la ya pesada mochila fujimorista, y se pasaron por alto una investigación que lleva dos años con anotaciones fiscales nada esclarecidas. A destiempo, han advertido que Ramírez es un personaje altamente peligroso para la candidatura fujimorista.

Las formas suman en política, y lo que queda es una salida a voluntad de Ramírez y no por la de Keiko. Queda un elector confundido por haber oído, primero, blindajes y ratificaciones para Ramírez; pero luego la resignación de Keiko con carta de Ramírez en mano. Sin contar la llamada dominical, que transmite su mala muñeca para maridar las papas calientes propias de aspirar al poder.

La denuncia del piloto Jesús Vásquez, quizá, no tuvo el contundente sustento periodístico que un audio le hubiese dado. Pero tal audio, frente al cúmulo de evidencias que recaen sobre Ramírez, termina siendo un asunto anecdótico. Porque no hay aquí una falsa noticia, como dijeron Keiko y compañía, sino un hecho irrebatible: la DEA sí lleva adelante una investigación a Joaquín Ramírez, en una pesquisa mucho más grave: la que enfrenta el capo Miguel Arévalo Ramírez ‘Eteco’.

Así Ramírez haya salido de escena, sus oscuros asuntos seguirán pesando sobre Keiko, en tanto el dinero y los bienes de Ramírez financian a Fuerza Popular.