Al toro por las astas. El Presidente de la República se ha visto forzado a ingresar en Torre Tagle, sede de nuestra diplomacia, para asumir personalmente desde allí el liderazgo en la crisis del espionaje chileno. Es verdad que constitucionalmente dirige la política exterior del país, pero también lo es que el Ministerio de Relaciones Exteriores es la institución que debería sugerirle acciones firmes e indubitables, pensando en los elevados intereses del país. Como nos las halló por la ambivalencia y falta de convicción de los altos mandos de la Cancillería con la valiente postura presidencial, agudizado extremis por la ausencia de autoridad del ministro Gutiérrez, a quien 4 embajadores de su entorno más cercano -infidentes a El Comercio y que Humala ya debe haberlos identificado-, ni lo respetan, el Mandatario tuvo que decidir y actuó correctamente. Ello explica por qué Humala, que leyó la nota chilena, salió a la prensa a adelantar que “(…) será una respuesta enérgica (…)”, corrigiendo a su desorientado Canciller que preliminarmente dijo que se “estaba evaluando” dicho texto. Tal como opinamos insistentemente, Humala con acierto ha retirado a nuestro embajador en Chile -fue llamado en consulta y aquí se quedará indefinidamente porque Chile no aceptará jamás el espionaje- y esa decisión en diplomacia significa que la insatisfacción peruana ha escalado quedando ahora nuestra Misión diplomática a cargo de un encargado de negocios. La medida enteramente diplomática deja sin piso también a quienes patrioteramente plantearon en la víspera revisiones en el nivel comercial de la relación bilateral, cuando estas deben hacerse permanentemente como política de Estado, sin tener que esperar descubrir actos de espionaje. Para terminar de ser enteramente coherentes, está faltando retirar a nuestros agregados castrenses en Santiago y expulsar a sus homólogos chilenos en Lima, algo que debió hacerse apenas descubierta la inconducta chilena.
El Perú se respeta con firmeza.