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En un estupendo texto publicado en El País, el periodista madrileño Ricardo de Querol recordaba cómo las redes sociales, mediante algoritmos, “nos encierran en un cajón ideológico” en el que el contenido que recibimos está filtrado según nuestras inclinaciones políticas.

Cass Sustein, un académico estadounidense, llamó “extremismo de enclave” (enclave extremism) al fenómeno mediante el cual las personas reforzamos nuestras posturas políticas cuando interactuamos, casi exclusivamente, con gente que piensa como nosotros. Moverse dentro de estas maravillosas y cómodas burbujas, en las que solo leemos aquello que nos da la razón, suele resultar en un incremento de confianza -y, por tanto, una disminución de escepticismo- que, finalmente, degenera en extremismo. Así es como la llamda “filter bubble” (burbuja de filtro) hace más estrecha nuestra visión del mundo.

En un artículo publicado en The New Yorker, Nathan Heller advierte los eventuales efectos que pueden generar estas burbujas en la democracia. Según el periodista, permanecer en este aislamiento ideológico hace que perdamos contacto con el terreno común, necesario para lograr cualquier tipo de progreso cívico.

El llamado de De Querol a romper con nuestra burbuja resulta fundamental en un país como el Perú, donde la polarización ha alcanzado niveles alarmantes.

En Estados Unidos, las burbujas de filtros y el extremismo de enclave -de la mano con las fake news- han surtido efectos en las más altas esferas de la democracia: la impensable victoria de Donald Trump se atribuye en gran medida a estos fenómenos. Es nuestra responsabilidad como sociedad romper con esta dinámica y evitar un desenlace político con protagonistas de corte extremista y antidemocrático. Para eso, sin embargo, hará falta lo más difícil: oír, por voluntad propia y sin prejuicios, a quien discrepa.