Los procesos electorales son el mejor momento para que el más profundo cinismo de quienes aspiran a llegar al sillón presidencial salga a la luz. Así, por ejemplo, el nuevo y surrealista jale del partido del alcalde Castañeda, el candidato Nano Guerra García, ya salió a decir que no dijo lo que dijo. Hace pocas semanas se mostraba abiertamente de acuerdo con el aborto en caso de violación, pero ahora no solo dice estar en desacuerdo con esta medida, sino que llama asesinas a quienes lo realizan. Lo mismo con el matrimonio entre personas del mismo sexo. Hace unos meses se mostraba abierta y activamente a favor de la iniciativa, pero ahora dice estar totalmente en contra de la unión civil. Tremendo oportunismo también ha sido contagiado al candidato Acuña, quien durante el 2014 mostró su público y abierto apoyo al proyecto de ley a favor de la unión civil; sin embargo, ahora recula, retrocede, se acomoda y dice no estarlo. Seguro el pastor Lay, su nuevo aliado político, dejó muy claras sus condiciones para sumarse al coche y, sin pensarlo, el candidato acondicionó su discurso.

No queda duda de que en una campaña se sale al llano a conquistar la mayor cantidad de votos, pero lo último que necesita el país es ese tipo de político que renuncia a sus principios y acomoda su discurso de acuerdo con lo que pueda darle más simpatía del electorado, a pesar de que esa renuncia signifique una vulneración directa a la libertad y dignidad de millones de peruanos. Si lo hacen con asuntos vinculados a reconocimiento de derechos humanos y civiles para todos los ciudadanos por igual, sobre qué otros temas no cambiarían de opinión también sin ningún problema ni explicación racional.