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Somalia, donde acaba de suceder un feroz atentado terrorista con el saldo de 10 muertos en su capital, Mogadiscio, al perpetrarse un ataque con bomba en el hotel Ambassador, es un país africano de más de 9 millones de habitantes, ubicado en el denominado Cuerno de África, y que es considerado un Estado fallido, es decir un país ingobernable, donde la regla es la anarquía o el desorden institucionalizados y la excepción, el intento de hacer prevalecer la ley, una situación atípica y contraria a la normalidad de toda sociedad jurídicamente organizada como se define a los Estados. La violencia en Somalia es estructural, es decir, a todo nivel y ese estado de cosas se superpone a la vigencia de la Constitución que tiene carácter provisional, agudizando más la grave situación en el frente interno.

El referido brutal ataque yihadista de la víspera se suma a otros que suceden regularmente en este país fracturado. Las guerrillas y las organizaciones terroristas como los Shebab, muy ligado a Al Qaeda, y que controlan los espacios rurales del país, combaten al régimen instalado que, desde el 2009, busca poner orden en una sociedad flagelada y segmentada desde que se hizo independiente en 1960 en que la vida intraestatal ha estado marcada por una cruenta guerra civil. Nadie quiere viajar a Somalia. Las fuerzas de la ONU han actuado a discreción en ese territorio totalmente inseguro por donde se le mire, pues hasta sus aguas -Golfo de Adén y Océano Índico- están plagadas de piratas y traficantes de personas y de armas. Ir a Somalia, entonces, sería una locura pues el gobierno, a pesar de que cuenta con respaldo internacional, a duras penas ha podido neutralizar a los insurrectos en un país de incertidumbres.