Se puede entender que el fujimorismo, uno de los favoritos en las elecciones, no apoye la censura política al gabinete Cateriano. La posta que se entregará el próximo año no será para nada un lecho de rosas. Una economía ya no solo fría sino cuasi recesada, inseguridad desbordada, muchos planes sectoriales de los ministerios bloqueados, limitados o cuestionados, y la desconfianza y el rechazo a la política y los políticos por las nubes.

En el cálculo de Keiko, esta situación podría agravarse y complicar mucho un buen arranque del siguiente gobierno. El punto está en que, a diferencia de las fases finales de los gobiernos de García y Toledo, que optaron por un entendible repliegue y anunciaron su no intervención en los respectivos procesos electorales, el actual será un competidor más.

Hoy, pese a los graves cuestionamientos de Nadine, el nacionalismo ha decidido participar con candidato presidencial propio (todo indica que será Milton von Hesse). Por esta razón, lo ideal sería que quien lidere el gabinete sea una persona que inspire la suficiente confianza de no intervención en los comicios.

Esta es una de las razones de peso por las que Cateriano debería dar un paso al costado. Un jefe de gabinete que se la ha jugado con todo a favor del blindaje a la presidenta del nacionalismo para evitar investigaciones ineludibles de lavado de activos, cesando a la procuradora Príncipe y usando al exministro Adrianzén para tal objetivo, no otorga la suficiente confianza de neutralidad.

En las sumas y restas del fujimorismo, este hecho no pasa inadvertido; por las razones antes expuestas, no desean “mover más el bote”. Pero lo cierto es que aquí importan más los intereses de todos los peruanos antes que los de algún o algunos candidatos. Tenemos todo el derecho de exigir que la cancha esté pareja para la democracia, en general, e impedir que el Gobierno, en su desesperación, siga cometiendo más barbaridades.