Luego de su reunión de la víspera con Ángela Merkel, canciller de Alemania, el excéntrico presidente estadounidense, Donald Trump, no se calló un solo instante para decirle a los germanos que deben pagar sus deudas, primero con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Esta organización fue criticada por el presidente Trump hasta el punto de calificarla como obsoleta y disfuncional, por la falta de compromiso de sus miembros para abonar las cuotas que aseguren sus actividades. Incluso, juzgó al propio EE.UU. por sus incontables muestras de compromiso reflejadas en sus gastos para asegurar la protección internacional de los alemanes, amenazados por el terrorismo internacional. Es probable que el arranque del magnate neoyorquino no haya caído nada bien a Merkel, quien dirige los destinos de la economía más sólida de Europa. La actitud irreverente y sin formas de Trump tiene que ver con sus gestos de imperdonable desatención permanente hacia la Unión Europea. Por ejemplo, ha visto con buenos ojos y hasta ha aplaudido la decisión mayoritaria en el Reino Unido de abandonar la Unión Europea, pero no ha dudado en alzar su voz de protesta contra el propio Reino Unido imputándole espionaje telefónico en colusión con la administración de Barack Obama. Trump, entonces, resulta impredecible. Nadie tiene claro el horizonte de la política exterior que está realizando, en lo inmediato. Es verdad que los alemanes aún no reaccionan, pero ya sabemos que no son de quedarse con los brazos cruzados. La acostumbrada frialdad con que Merkel concibe la política exterior de Berlín ahora estará a prueba. A Trump no le conviene perder aliados sobre todo cuando los enemigos aumentan. En adelante, la relación bilateral EE.UU.-Alemania deberá ser cuidada. Sería fatal que los dos Estados se enfrasquen en una relación tortuosa cuando en estos momentos deben llevar adelante una estrategia conjunta para vencer al Estado Islámico.