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De vacaciones en Madrid viajo en Metro. Son 12 líneas, un ramal y otras tres líneas de tranvía. 6 millones 300 mil habitantes cubiertos en 330 estaciones; sin contar el Tren de Cercanías y 194 líneas de buses. Una red con salidas y llegadas; lo que permite planificar cada ajetreo en la ciudad. En estos viajes en Metro, he pensado en el Perú. ¿Por qué tardamos tanto?

La idea de un Metro llegó a Lima en los 60, cuando los tranvías sucumbían por el descuido estatal. Pese a ser primeros con tranvía en Sudamérica, políticos y poderosos de la época no supieron -o no quisieron- dar el salto al subterráneo. Inventaron leyendas; que el Metro acabaría bajo tierra, pues el suelo limeño no aguantaba este sistema; que era muy caro y que mejor eran los buses, lo que finalmente pasó. Los militares nos vendieron el cuento y el Metro que se fabricó para Lima, se fue para Santiago. ¡Qué tal revolución!

Desde entonces, el paradero final del transporte limeño fue el abismo. Los Enatru fueron lo menos caótico de los 80, con los húngaros Ikarus que Sendero dinamitó por cientos. Fujimori trajo las infrahumanas combis, paralizando el tren que García acabó recién en su segundo gobierno. Con lo de Odebrecht, sabemos que algo turbio hubo en esa obra.

En los últimos 50 años, los políticos han hecho miserable la forma en que viajamos los peruanos. PPK, deje ya las declaraciones majaderas, guarde silencio y dedíquese al Metro. Licite las cuatro líneas y mande diseñar seis más; el esquema actual quedará chico a futuro. Pase a la historia como un visionario. Un transporte ordenado, hace ciudadanos más dignos.

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