Nuestro sistema electoral parece diseñado por los enemigos de la democracia. Estamos a dos meses de las elecciones generales y no sabemos cuáles serán finalmente las planchas presidenciales que correrán en competencia. Y recién, a sesenta días de los comicios comenzaremos a evaluar la procedencia de las listas de candidatos al Parlamento.

Se ha discutido durante meses la reforma electoral y ni el JNE ni la ONPE advirtieron sobre un proceso donde nuevamente los plazos se superponen y entonces candidatos en campaña y con cierta adhesión puedan verse imposibilitados de participar. Los candidatos a la Presidencia y al Parlamento debieran tener la posibilidad de visitar todo el país con todo el proceso de habilitación concluido. La inversión que se hace en una candidatura seria es de montos considerables y no puede perderse porque los organismos electorales no han tomado una decisión en el momento adecuado. Y la confusión que se genera en el electorado solo abona en el descrédito de la actividad política.

En este proceso hemos conocido el asesinato de un vigilante por quienes querían pintar una pared en el Callao, hemos descubierto la catadura moral de un candidato que ha construido su supuesta vida académica en base al uso de una fotocopiadora, y estamos viendo en otro candidato los resultados de crecer en un vientre de alquiler sin tener los debidos cuidados que dispone la ley. Y nos falta descubrir las sorpresas que traerán las candidaturas al Congreso.

Las autoridades han tratado de regular todo tipo de procesos en estas elecciones. La publicidad, las elecciones internas, el financiamiento. Pero se olvidaron de organizar un proceso con plazos preclusivos que garantizan una verdadera competencia en igualdad. Quisieron organizar el detalle al interior de los partidos, pero se olvidaron que su obligación era organizar unas elecciones confiables.