Ya nada diferencia a Venezuela de Corea del Norte, típico Estado del sistema internacional con un régimen totalitario. Una característica que sobresale en los gobiernos con esta denominación es el desprecio por las normas jurídicas que son aplastadas por los caprichos del jefe de Estado, esencialmente gendarme y pretoriano. En Venezuela, la palabra de Nicolás Maduro es más importante que la Constitución del Estado. Maduro se tira abajo todo el aparato funcional del sistema político venezolano que él mismo ha impuesto, y termina haciendo lo que se le ocurre sin importarle absolutamente nada. Esa es la verdad. Otra característica de los gobiernos totalitarios es el empleo de la violencia como regla que en buena cuenta es el abuso de la violencia legítima, la misma que suele contar todo gobierno democrático. Maduro se vale del aparato policiaco del Estado para imponer sus antojos y atropellando sin inmutarse al bien jurídico máximo que es la vida y para ello se vale de dos métodos: la coerción o amenaza y la coacción o fuerza material. Sabe que controlándolos puede hacer o no hacer, logrando que la vida humana quede subordinada a los deseos del gobierno.

Por ejemplo, la decisión de asaltar en la madrugada de la víspera las casas de Antonio Ledezma y Leopoldo López, los más emblemáticos presos políticos de toda Venezuela, aun cuando padecen un régimen carcelario en sus propios domicilios, constituye la expresión máxima del abuso del poder por las armas. Maduro ha llevado adelante un seudoproceso para elegir a los miembros de una Asamblea Constituyente que no la reconoce nadie. Sin legitimidad, era previsible la fiera reacción del oficialismo arremetiendo con desprecio total. En Venezuela, como en los pocos países con régimen totalitario que hay en el mundo, no existe ningún tipo de consideración por los derechos humanos que son violentados en forma flagrante y, pegado a ella, está el miedo, que es su arma mortal.