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Cuando en el Perú el vaso de la corrupción se rebalsa, siempre llega un mesías. Hace no mucho, Susana Villarán era respaldada ciegamente por personas talentosas e inteligentes, que veían en ella a la antítesis de la mafia. Hoy Susana pasa las noches en una celda en el penal de Mujeres de Chorrillos, y ya no tiene más escuderos. Hasta Alberto Fujimori, en su momento, representó una esperanza refrescante: con su humilde campaña, y el lema “honradez, tecnología y trabajo”, el “Chino” representaba la opción honesta frente a los embarrados partidos tradicionales.

Pero quizás el caso más vergonzoso es el de Alejandro Toledo. En el 2000, muchos peruanos, asqueados de la corrupción y la dictadura, vieron en Alejandro Toledo un símbolo de probidad. El “sano y sagrado”, como le decía su esposa, personificaba el retorno a la democracia. La idealización de Toledo era tal que, por buen tiempo, todo “desliz” era perdonado -incluso si representaba un escándalo como el de la fábrica de firmas falsas-, y todo crítico, tildado desde corrupto hasta racista. Como me decía la periodista Rosana Cueva en una entrevista, es esta pequeña tolerancia la que le permitió a la corrupción llegar a niveles tan grotescos como un soborno de más de 30 millones de dólares.

Como él, Eliane Karp también era dorada. El discurso populista de la ex primera dama encantaba serpientes desde épocas de campaña, teniendo un impacto incluso en las encuestas luego de sus apariciones públicas.

Diez años después, de la imagen mesiánica de Alejandro Toledo no queda más que un recuerdo incómodo. Acusado de recibir la coima más grande del caso Odebrecht en el Perú, probado mitómano, soez y vicioso, Toledo ha pasado a ser nada más que un meme. Y su esposa también.

En una crónica publicada en The New Yorker, el periodista Daniel Alarcón transcribe lo dicho por Mirko Lauer sobre Alan García: “García nunca parecía estar ahí. ¿Qué es lo que pasa con la gente que no está? Suelen ser estupendos candidatos porque todo el mundo puede proyectar en ellos más o menos lo que quieren”. Hoy, luego de que escándalos como el de “Los Cuellos Blancos del Puerto” o el caso “Lava Jato” hayan colmado nuestra paciencia frente a la corrupción, quizás debiéramos prestar atención a quiénes estamos endiosando.

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