Aun cuando la política tiene sus propias reglas, y parezca impredecible quién obtenga el poder el 2026, ahora resulta cada vez más predecible, pues al deterioro de la clase política y de los partidos políticos, se suma el incremento de la pobreza que en 2022 llegó al 27.5% de la población (más de nueve millones de personas), y las proyecciones que para el presente año suponen un aumento de la pobreza, son el escenario perfecto para los antisistema.
El Congreso, si bien ha sido el soporte de la democracia en nuestro país, no puede devenir en representantes tan mínimos como “mochasueldos”, “niños”, “niños buscando inmunidad” o una congresista que se licencia de sus funciones ausentándose de nuestro país por más de seis meses. Como si fuera poco, tenemos un presidente del Congreso con múltiples problemas legales y personales. La variedad de recursos naturales, nuestra estabilidad macroeconómica y cuantiosas reservas, junto a la válvula de escape de la informalidad, no son suficientes para lograr estabilizar al país y retomar el crecimiento económico necesario para generar empleo y reducir la pobreza.
Es necesario que Ejecutivo y Legislativo coordinen, conduciéndonos hacia el orden y crecimiento. Urge incentivar la inversión destrabando proyectos mineros, energéticos y de agroexportación, entre otros. Asimismo, urge fortalecer a los partidos políticos, poner filtros en los precandidatos y candidatos al Congreso, mejorar las reglas electorales y promover el cambio de las autoridades electorales que impidieron la participación de partidos políticos siendo corregidos por el Tribunal Constitucional. Por sentido común, si no se hace nada distinto, los resultados serán los mismos y tendremos a un presidente peor que Castillo. Si continúa la vocación suicida del Congreso, el desenlace será la quiebra de nuestro país. No tenemos margen de error ni podemos ceder el paso a embusteros. Es oportuno recordar a Mark Twain: “es más fácil engañar a la gente, que convencerlos que han sido engañados”.