El Presidente ha querido resaltar lo que considera será su legado, las razones por las que su gobierno será recordado: los programas sociales, la reforma de educación y la llamada inclusión social. Nos ha dicho cómo se gasta el presupuesto público en pensiones, becas, programas alimentarios.

Sin embargo, no nos ha dicho cómo financiar esos proyectos. No ha hablado de recaudación ni de cómo fomentar la inversión, tampoco de cómo enfrentar la desaceleración económica, ni de cómo destrabar proyectos mineros entrampados. Entonces, aparece la preocupación sobre el verdadero legado del nacionalismo: el gobierno de Humala puede ser el que ponga fin al milagro económico peruano.

Ollanta Humala ha ido al Congreso a cumplir con su deber constitucional, pero no a enfrentar los problemas. Ni en economía, ni en seguridad ciudadana. Tampoco los problemas políticos surgidos de la nueva composición de fuerzas en el Parlamento, que demandan intenso diálogo entre el Ejecutivo y el Legislativo. Ni siquiera ha ofrecido llevar adelante un proceso electoral limpio. Ha leído un discurso sin comprometerse.

Muchas de las cifras dadas ayer son cuestionables. En el tema de agua potable, en el de construcción de carreteras o en el del gas. Pero eso no es lo más grave. El problema no está en lo que ha dicho, sino en lo que no ha dicho. Es un discurso que preocupa no por los anuncios, sino por las ausencias.

El Presidente debía recuperar la confianza de la ciudadanía. No lo ha logrado. Debió dar señales sobre lo que va a hacer en economía. Solo silencio.