Ayer, Domingo de Ramos, día del inicio de la Semana Santa, una de las fiestas religiosas más importantes de la cristiandad, el fundamentalismo extremista islámico, que es una desnaturalización del Islam, la religión fundada por Mahoma en el 622 d.C., ha cometido dos feroces atentados terroristas contra dos iglesias coptas en Egipto. No se crea que los católicos somos los únicos cristianos del mundo. No. Los coptos, que significa “egipcios”, constituyen la mayor feligresía cristiana no católica en el Medio Oriente y el norte de África. 

Cuando en Egipto, en el pasado, visité una iglesia copta, la verdad es que estructuralmente, y en su forma confesional histórica, no muestra diferencias sustantivas con la Iglesia vaticana con sede en Roma. Su origen se remonta a la Iglesia primitiva o Iglesia de los primeros tiempos, cuando todo el Sinaí estaba subordinado primero a Roma y luego a Bizancio. De hecho, los coptos están, además de Egipto, en Etiopía, Eritrea, Sudán y Sudán del Sur. En la tierra de los faraones representan cerca del 10% de su población, y también tienen como jefe a un papa, 

Su Santidad Teodoro II, quien por cierto fue librado de los recientes atentados. El Estado Islámico en los últimos tiempos se ha ensañado con los coptos de Egipto. No debemos confundirlos con los coptos de la Iglesia Ortodoxa de Alejandría, aunque para el terrorismo del EI no hay diferencia, al atacarlos en modo inmisericorde e indiscriminado. 

De hecho, muchos cristianos coptos, al ser desnudados como tales por no saber recitar las aleyas -versículos del Corán, el libro sagrado del Islam-, han sido decapitados sin piedad. El reciente atentado, perpetrado a menos de dos semanas de la visita del papa Francisco a Egipto, reconfirma la intolerancia del yihadismo para con uno de los credos minoritarios e incuestionablemente marginados en la vida político-social del país, así como muestra su vano propósito de infundir miedo en el pontífice Bergoglio.