Tenemos la impresión de que la celebración del bicentenario de la batalla de Ayacucho no incide con la profundidad suficiente en el rol de determinados protagonistas históricos. En este panorama resultan claves dos tradiciones de Ricardo Palma y una semblanza histórica sobre el mariscal Antonio José de Sucre, el verdadero conductor de las fuerzas patriotas, ahora con un perfil postergado, injusto y casi olvidado. La historia y la literatura, entre otros aspectos, tienen aquí una tarea pendiente, según nuestro parecer.
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CÓRDOVA Y UNA FRASE SALVADORA
Ricardo Palma recoge el antecedente de que, en realidad, quien ganó la batalla de Waterloo no fue Napoleón Bonaparte derrotado, ni Wellington replegado, tampoco Blucher, que no se batió en combate, sino Cambronne.
Aplicando este hecho a la batalla final entre el virreinato del Perú y la corona española, Palma afirma en su tradición “Una frase salvadora” que, concluida la batalla de Ayacucho, “No fueron Canterac ni los españoles que quedaron tendidos en el campo de batalla quienes la perdieron. Fue un dicho quien la ganó. ¿Quién lo dijo? Un hombre cuya edad era apenas la de la revolución: un general de veinticinco años: Córdova, que en lo más crítico de la acción bajóse del caballo y levantó su sombrero elástico en la punta de su espada, exclamando: “¡Adelante, con paso de vencedores!”.
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EL SANTO Y SEÑA “PAN, QUESO Y RASPADURA”
Terminada la junta de guerra el 8 de diciembre acordó por unanimidad de votos dar la batalla en la mañana del día siguiente. Entonces terminada la sesión, Sucre llamó a su asistente y le dijo: “Sirve las once a estos caballeros”.
Y volviéndose a sus compañeros de junta, añadió: “Conténtense usted con mis pobrezas, que para festines tiempo queda si Dios nos da mañana la victoria y una bala no nos corta el resuello”.
Y el asistente puso sobre un tambor una botella de aguardiente, un trozo de queso, varios panes y una chancaca.
-¡Banquete de príncipes golosos! –exclamó Córdova.
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Casi en seguida, el coronel O’Connor, primer ayudante de Estado Mayor, se acercó a Sucre, preguntándole:
-Mi general, ¿quiere usía dictarme el santo y seña que se ha de comunicar al ejército?
La original frase la repitieron sucesivamente Lamar, Miller y el propio Sucre, quien sacando del bolsillo su librito de memorias, arrancó una página y escribió sobre ella con lápiz: “PAN, QUESO Y RASPADURA”.
Fue el santo, seña y contraseña del ejército patriota al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho.
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ANTONIO JOSÉ DE SUCRE: PADRE DE AYACUCHO Y SU TRÁGICO FINAL
Al historiador Pedro Borge Morán, en su libro “Próceres americanos” (Madrid, Santillana, 1968) se debe una de las más certeras imágenes del vencedor de Ayacucho, así como el otorgamiento del grado de gran mariscal. Al premiarlo en 1825 le escribió estas elogiosas apreciaciones:
“La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta y su ejecución divina. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplar en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos y el sagrado imperio de sus derechos y el sagrado imperio de la naturaleza. El general Sucre es el padre de Ayacucho.”
Sin embargo, el final de Sucre fue trágico, sorpresivo, traicionero e injusto: el 4 de junio de 1830, la tragedia sucedió en la montaña de Berruecos, situada en el camino de Popayán a Pasto (Ecuador): un certero balazo acabó con la vida del héroe patriota, cuando apenas tenía 35 años de edad.
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AYACUCHO EN LA LITERATURA
Tanto la histórica batalla, como el escenario, la sociedad y las realizaciones humanas, sociales y culturales se han plasmado posteriormente en varias obras históricas, sociológicas y literarias.
En ese conjunto, destacamos varios aportes: la antología “Belleza de la rebeldía: Antología de la Poesía Joven en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga” (1982), de Bethoven Medina Sánchez, cuando aún era estudiante de la Universidad Nacional de Cajamarca y quien reunió en un fresco volumen las juveniles plumas de: Manuel Jesús Granados, Suiberto Palomino Vargas, Roquelín Ramírez (piurano), Félix Atilio Rivera y Raúl Zárate; “Ayacucho hora nona”, del poeta e investigador literario Marcial Molina Richter, dramática expresión poética de la tensa sociedad ayacuchana contemporánea, cuando la zona era el epicentro del sanguinario senderismo; el poemario “Harawi de charangos” (1999), del poeta, profesor universitario, periodista y abogado Félix Atilio Rivera Alarcón, elogiosamente comentado por Marco Martos: “La seriedad del trabajo poético y artístico como los contenidos de esta obra, hacen de Félix Atilio Rivera Alarcón una de las figuras más claras y mejor definidas de la poesía ayacuchana”.
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También consideramos el importante volumen de ensayos “Literatura en Ayacucho” (2018), del reconocido y distinguido escritor, crítico y profesor universitario Juan Alberto Osorio Ticona, constituido por un conjunto de artículos críticos publicados en diarios de Lima, pero cuyo contenido se refiere fundamentalmente a la producción literaria de autores ayacuchanos pertenecientes especialmente a las décadas del 60 y el 70. Simbólicamente, el volumen se inicia con el artículo “La universidad de Ayacucho y la literatura”; asimismo se incluyen los artículos: “La poesía ayacuchana de hoy”, “Nueva crónica de Huamanga”, “La batalla de Ayacucho”, “Huamanga y la literatura peruana”.
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