Cada cuatro años la historia se repite. El bullicio se apodera por breves momentos de este pedazo de costa, donde cada día más de 400 personas llegan para hacerse a la mar y, con suerte, capturar algo que haga subir los números en las balanzas. Y así ganarse la vida. Es año electoral. Las visitas de los aspirantes al gobierno local han regresado. Los que viven de esta artesanal actividad acogen a todos, escuchan sus promesas, piden cumplir, dicen estar cansados de palabras que terminan perdiéndose como la brisa sobre la arena. Otros –quizás resignados– reciben, como compensación por los minutos robados al trabajo, el polo y el lapicero con la propaganda electoral.
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A unos 20 minutos en automóvil, desde el pueblo joven Villa María de Nuevo Chimbote, en Áncash, se encuentra la caleta El Dorado. La quietud en este viejo desembarcadero se rompe a las cinco de la mañana. Cuando la noche aún cubre este lugar, donde culmina una recién asfaltada carretera, entre un grupo de rústicas casas y tres plataformas que unen la tierra con el agua salada, aparecen los primeros inquilinos de aquella masa inmensa; están acostumbrados a vivir en ella, pero no olvidan que en el momento menos pensado cualquiera puede ser obligado a pagar la cuenta.
Una vida en el mar
Jorge López Ribadeneyra llegó hace cuarenta años a esta caleta, situada en la bahía de Samanco. Sin embargo, nunca pensó vivir del mar. “Yo era mecánico y también manejaba carro”, recuerda. El hombre que hoy tiene el cabello lleno de canas, incontables como las veces que se ha hecho a la mar, considera que la curiosidad le hizo involucrarse en este oficio. “A veces trasladaba a dos amigos a esta playa y veía que ganaban buena plata. Por curioso decidí meterme a hacer lo mismo y me gustó”, cuenta, con una sonrisa discreta. Don Jorge hoy tiene 60 años y es buzo. Llega a la playa antes de las seis de la mañana y durante dos horas permanece en el agua fría capturando moluscos que horas después son vendidos en diversos mercados.
“Yo he sido uno de los primeros buzos en esta caleta. Antes se ganaba mucho más, pude hacer estudiar a mis hijos. No me arrepiento de esta decisión”, asegura.
En la caleta El Dorado trabajan pescadores artesanales a quienes todos llaman cortineros. A las dos de la tarde llegan a la playa, suben a sus botes, se desplazan a la zona de pesca y echan las redes. Un grupo retorna al continente en la noche y otro permanece sobre el agua hasta la madrugada del día siguiente. Extraen coco, cachema, lisa, chilindrina, entre otras especies, que son vendidas en cuestión de horas en el mercado de peces de Chimbote, para el consumo en los hogares o cevicherías. También se encuentran los buzos, quienes permanecen largas horas metidos en el agua recolectando mariscos como almeja, caracol, cangrejo, pata de mula, pulpo, entre otras tantas especies que alberga esta privilegiada bahía.
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Vivir para contarlo
El mar es generoso, pero así como entrega sus frutos, en ocasiones, exige algo a cambio. En un tiempo anterior Carlos Ríos Ángeles ingresaba al agua salina a bucear varias horas; gozaba del vigor y el atrevimiento de la juventud. Aquel ciclo cerró el día en que sufrió la denominada enfermedad del buzo, el precio que pagó fue perder las fuerzas en las extremidades inferiores. Algunos no tienen la misma suerte de vivir para contarlo.
“Yo me dedicaba a sacar conchas de abanico, pero sufrí una descomprensión que me dejó discapacitado”, menciona, nostálgico.
Ahora, con 61 años a cuestas, sigue viviendo del mar sin tener contacto directo con él. Llega a la caleta El Dorado durante la madrugada y, apoyado por sus compañeros, sube a su bote con motor fuera de borda. Su trabajo consiste en llevar a los pescadores desde el precario desembarcadero hasta el lugar donde se encuentran fondeadas sus lanchas, y viceversa. Regresa a su hogar en el asentamiento humano Tierra Prometida cuando el sol empieza a caer. “Al día, fuera de combustible y comida, consigo 40 o 50 soles. Con eso ayudo a mi familia”, cuenta antes de encender el motor de su bote azul, donde acaban de subir dos experimentados buzos junto a las 10 latas de lapicero (molusco bivalvo) que recolectaron durante su faena matutina.
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Madrugar paa comprar
Para conseguir pescado bueno y fresco, hay que madrugar. Las puertas del mercado de peces del Desembarcadero Pesquero Artesanal (DPA) de Chimbote se abren a las cuatro de la mañana. En este lugar, situado a cinco minutos del centro de la ciudad, se comercializa el recurso hidrobiológico que es capturado por los pescadores y los buzos de El Dorado, Los Chimus, Chimbote, Coishco y Santa. Cada día ingresan aproximadamente cinco toneladas de producto marítimo. Entre las cinco y siete de la mañana los clientes se agolpan en este almacén. Llegan comerciantes para adquirir los pescados y los mariscos que luego ofrecerán en los diversos mercados de la localidad. El personal de cevicherías y restaurantes también se hace presente para conseguir el mejor producto fresco que será utilizado para la preparación de solicitados platos como ceviche, jugoso, jalea, chicharrón de pescado o arroz con mariscos.
Decenas de pobladores también madrugan para adquirir los insumos para el desayuno o el almuerzo familiar. El kilo de la cabrilla se puede conseguir a S/ 22, mientras que la cachema se ofrece a S/ 17 por la misma cantidad. Otras alternativas más económicas son la caballa, la merluza y el pejerrey que son comercializados a S/ 8, S/ 6 y S/ 3, respectivamente, por kilogramo. “Por oferta y demanda, los pescadores venden acá sus productos. La gente madruga para comprar en este mercado, principalmente los martes, viernes y sábado”, señala Armando Purisaca García, presidente de la Asociación de Comerciantes de Recursos Hidrobiológicos del DPA de Chimbote. Este gremio cuenta con 103 socios, quienes compran el producto a los pescadores artesanales y luego se encargan de su venta a los tempraneros clientes.
Caleta en retraso
En noviembre se celebra la fiesta de la caleta El Dorado. Hace 50 años los primeros pescadores escogieron este pedazo de costa, a las faldas de un cerro, para echar sus botes y recolectar la riqueza de este bendecido mar. Chimbote vivía entonces el denominado boom de la pesca industrial, pero esa es otra historia. La caleta El Dorado nació como una zona para la actividad artesanal y así se ha mantenido durante las últimas décadas. Lamentablemente, sigue siendo una vieja caleta que aún no conoce el desarrollo.
Hace más de 10 años, durante la gestión del hoy preso gobernador César Álvarez, tras insistentes reclamos, se construyó una pequeña plataforma para que los pescadores puedan realizar la descarga de sus productos. Luego, cansados de esperar que las personas que iban llegando al poder cumplan su promesas, los trabajadores del mar construyeron otras dos plataformas con sus propios recursos para facilitar, en la medida de lo posible, su extenuante labor. El anhelo de las más de 400 personas que dependen de esta caleta es contar con un DPA, que comprende la construcción de un muelle y una cámara frigorífica para la conservación de los productos.
“Hay un proyecto en Fondepes para que se realice un moderno desembarcadero como existen en otros lugares, pero se encuentra dormido. No hay apoyo de las autoridades”, sostiene el sargento de playa de la caleta El Dorado, Roberto Chapilliquén Nuñovero. En lo que va del 2022 tres buzos de esta caleta han fallecido, dos ahogados y uno por descomprensión. “Con una cámara hiperbárica podríamos salvarle la vida a los buzos que sufren descomprensión”, señala Chapilliquén. Además, este mismo año, un pescador desapareció durante su faena. Se encontró el bote, pero ningún rastro de su único tripulante. En el 2021 la Municipalidad de Nuevo Chimbote culminó la obra de asfaltado de la carretera hacia la zona de El Dorado, un proyecto anhelado por largos años. No obstante, la sensación de que el viento empezaba a soplar a favor duró poco. En junio último, los pescadores solicitaron a la comuna sureña la instalación de luminarias con celdas solares para brindar seguridad durante los turnos de noche. Luego de tres meses, no hay respuesta. Desde hace cinco décadas, cuando el sol se oculta tras el cerro, esta vieja caleta se viste de tinieblas.
Pesca artesanal
Huarmey, Culebras, La Gramita, Puerto Casma, Los Chimus, El Dorado, Chimbote, Coishco y Puerto Santa son las zonas de Áncash donde se realiza la pesca artesanal, actividad que consiste en la extracción de recurso hidrobiológico sin el uso de aparatos o equipos mecanizados, en las primeras tres millas del mar. El titular de la Dirección Regional de la Producción (Direpro) de Áncash, Pablo Cordero Silva, menciona que solo Los Chimus y Chimbote cuentan con un DPA, mientras que en Huarmey pronto se lanzará la licitación para implementar uno mediante la modalidad de obras por impuestos. Añade que en Culebras se inició la construcción de una DPA, pero desde el 2012 la obra se encuentra paralizada. Otros puntos como El Dorado y Puerto Casma solo cuentan con plataformas, y existen compromisos de parte del Ejecutivo para realizar mejoras. El funcionario considera que, además de la infraestructura y el equipamiento, otro problema que afecta al sector es la informalidad. Detalla que apenas un 30% de los pescadores artesanales cuentan con carné de pescador. Para tener este documento, los trabajadores deben recibir capacitaciones sobre seguridad, cuidado del medio ambiente y métodos de pesca. “Muchas veces los accidentes ocurren por la misma negligencia de los pescadores, quienes no se capacitan”, señala Cordero. El director regional de la Producción advierte que pese a los esfuerzos para realizar su labor fiscalizadora, cada año se siguen fabricando más embarcaciones artesanales, lo que pone en riesgo a algunas especies por la sobreexplotación.
Promesas
El desfile de postulantes en la caleta El Dorado ha iniciado hace algunas semanas. “Cada cuatro años sucede lo mismo, los candidatos llegan pero nunca cumplen lo que ofrecen”, comenta un estibador. Es mediodía y ha llegado un aspirante a la alcaldía de Nuevo Chimbote. Junto a su comitiva, el postulante al gobierno local se reune con un puñado de trabajadores, ofrece mejorar el desembarcadero, entrega su propaganda, se toma fotos, pide los votos, “apóyame”, y se marcha. Mientras la brisa se lleva las promesas, el trabajo en este pedazo de costa continúa.