Una mañana cuando la pequeña Annie vuelve de misa, su padre intenta matar a su mamá con un hacha. Ella se esconde en su cuarto, pero al oír los gritos de su mamá baja y la encuentra sujetada por el hombre que en ese momento está convertido en un salvaje. Esta es la escena inicial de «La vergüenza», novela corta de la Premio Nobel de Literatura 2022, Annie Ernaux (Francia, 1940).
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FRAGMENTOS. Una escena potente y brutal que pone al lector en expectativa sobre lo que va a ocurrir después. Lo que hace Ernaux en las siguientes páginas no es reconstruir ese momento y las causas que lo generaron —en ese sentido, evita la narración clásica y complaciente—, sino lo que representó para ella y cómo afectó su infancia, sobre todo. Esto justifica el porqué de la fragmentación de todo el relato. Es la memoria de una mujer que intenta encontrar momentos de su existencia que al igual que la escena violenta del inicio, representan modos de vergüenza.
La historia en primera persona nos muestra a una mujer que cuenta su propio proceso de escritura, lo que sus hallazgos significan y cómo le cuesta ubicarlos en el relato: una revisión de periódicos de la época, escenas del colegio religioso, un viaje con su padre, los temas prohibidos para señoritas, entre otros. Es conocido que Ernaux es una escritora autobiográfica (desde 1984, con «El lugar») por lo que sus lectores infieren que están frente a un testimonio. Esta especie de contrato escritora-lector se refuerza cuando la narradora le plantea sus propias convicciones al lector. “No deseo escribir ningún relato, pues eso significaría crear una realidad en lugar de buscarla. Y tampoco quiero limitarme a reunir y transcribir las imágenes que conservo en la memoria, sino tratarlas como documentos que se aclararán los unos a los otros”, escribe la francesa.
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EL EJE. Un rasgo común en su narrativa es que ese momento inicial de sus historias se vuelven trascendentales y reveladoras, además de funcionar como eje alrededor del cual orbitan sus recuerdos. La protagonista, en esta novela, toma consciencia de lo que significa la vergüenza y avanza en la búsqueda de momentos vinculados a ella, como puede ser el incumplimiento de un precepto religioso. Ocurre lo mismo en sus otros libros como «Una mujer», donde cuenta la muerte de su madre; «Memoria de una chica», donde relata cómo perdió la virginidad; «El acontecimiento», donde narra su experiencia de aborto.
Ernaux pondera la reflexión alrededor de un hecho y lo prioriza en desmedro de descripciones de escenarios o diálogos. Sus momentos más conmovedores son donde se desinhibe de toda intención de recubrirse con la ficción y es sincera hasta el tuétano. “Nuestra memoria se encuentra fuera de nosotros, en una ráfaga de lluvia o en olor de la primera fogata de otoño, en todos esos elementos de la naturaleza que aseguran, con su retorno, la permanencia de la persona”, escribe.
Un punto aparte que resaltar es la mirada feminista de su protagonista. No se trata de una activista, claro está, que mira su realidad desde un pensamiento juzgador del mundo machista y misógino. Se vale de la mirada inocente de una niña o una jovencita que en su vinculación con nuevas experiencias va entendiendo lo cruel que el mundo es con las mujeres. Estas revelaciones que para ella pasan por simples analogías son verdades que para el lector representan verdades potentes y cuestionadoras. En ese sentido, Ernaux es una aguda observadora de los cambios que vienen ocurriendo respecto a los roles y géneros.
No creo que sea uno de los mejores libros de la francesa, pero su fragmentariedad convierte la historia en una especie de diario que, con la gran prosa de la escritora, nos conmueve y enferman.