La poesía de César Olivares Acate se configura como un ejercicio de escritura alegórica que revela una historia transitoria y viva; una visión estética que se detiene en lo ruinoso y decadente de la historia; “coágulos de tiempo se mezclan en las arenas del nuevo coso romano / un concierto de cascos en las costillas de los intrusos / le buscan el corazón, la cabeza y el hígado a la invasión” (Canto X). De acuerdo con esto, el acto de escribir se presenta como una alegoría de la crueldad humana que, más allá del inevitable e inclemente paso del tiempo, se renueva constantemente.
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La poética de lo indecible
El poemario Buey Manso o Doce cantos para disuadir al matarife de César Olivares Acate se publicó en el 2021 y mereció el Premio Copé de Plata en la XX Bienal de Poesía. Este texto evidencia cómo la palabra poética es capaz de asombrarse y penetrar lentamente en lo comúnmente inexpresable para deshacer las distintas formas de violencia que alberga la humanidad; “cada vez que el sol muere sobre las crestas de las ciudades / el libre mercado, con su canto de sirena, se apodera de las esquinas / y produce apetitosas bolsas de incertidumbre (…) En Gamarra, frente a su aparente viudez, Penélope sufre el embargo de sus telas” (Reciclaje). En este sentido, la violencia irrumpe como un acto sistémico que, de manera subrepticia y simbólica, se instaura en lo cotidiano para perennizarse en cualquiera de las realidades humanas.
Desde mi perspectiva, la poética de César Olivares se inserta muy bien en aquellas tradiciones estéticas que buscan simbolizar lo indecible, lo inexpresable; lo que, por su crudeza y horror, causa una conmoción en los sujetos. Ahora bien, las escenas que la voz poética nos revela en cada uno de los textos líricos pertenecen a un orden que va de lo cotidiano y transita por las esferas de lo económico y político. Al inicio del poemario encontramos versos que muestran la crudeza y la desolación que el sujeto experimenta en las salas de un hospital; “los ojos recorren habitaciones y sonidos / lamen siluetas desgreñadas habitantes de un hospital” (Canto II). Luego, nos enfrentamos a la tragedia de lo social; a la desdicha que tiene su origen en lo humano y que se fortifica en su relación con los otros; “tú no eres de aquí / dicen / vuelve a tu pueblo de quincha” (Inclusión).
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Tragedia y crueldad en lo poético
Lo trágico y cruel se petrifica en lo poético no como un estado de fijeza eterna, sino más bien como un presente fugaz que reclama ser cuestionado a cada momento; en el canto IX, por ejemplo, la voz poética ofrece un contexto desolado en el que la tragedia se va apoderando de cada uno de los espacios en donde lo humano puede habitar; “las primas fueron violadas por sombras verdes / estranguladas por quepís bordados / sus córneas se diluyeron en lágrimas de tiempo y rabia / la madre colgada; el padre fusilado / y la muerte que borda y rebota”. La desesperación que se evidencia en el canto muestra también la crudeza de un sistema que vertiginosamente nos consume; al final se termina de desterrar cualquier hálito de esperanza; “la muerte (…) es dolor en los espejos / vieja puta de esperanza”.
La alegoría poética de César Olivares Acate es una propuesta estética que florece en un mundo desatendido, un universo desolado en el que la humanidad ha sido abandonada a su suerte; “en este mundo de lotización de la existencia / todas las sombras están contadas” (Canto X). La violencia que constantemente se multiplica tanto en sus espacios más cotidianos como universales tiene como protagonista a un brutal Matarife que cumple con su única misión: descuartizar a las especies que son colocadas a su paso. La desigualdad social no es solo el contexto que alberga la masacre del matarife; ni funciona solo como la causa principal de la aniquilación; es, sobre todo, la destrucción misma, el núcleo de la experiencia.
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Disuadir, entre otras cosas, significa inducir al otro para cambie de opinión o renuncie a su propósito inicial. Los cantos que ofrece César Olivares en Buey Manso o Doce cantos para disuadir al matarife tienen ese propósito y, a través de las páginas del poemario, se puede notar un intento descarnado por lograrlo. Cada uno de los cantos intentan despertar la compasión del Matarife para que detenga su labor y deje de sangrar al pueblo. Esto último, al parecer es imposible; sin embargo, la estética de lo indecible que propone César Olivares busca -a través de la poesía- incomodar al lector para que se atreva a mirar aquello que desconoce, desea olvidar o rechaza.