Hamilton Raymundo Rivera En Jauja se piensa seriamente construir un monumento a doña Francisca Pizarro, nacida en 1534 de la relación de Francisco Pizarro con Inés Yupanqui, hija de Huayna Capac. Si toda estatua tiene la misión de cumplir una función histórica y social que beneficie a nuestra identidad nos preguntamos: un monumento para la ilustre dama ¿cumplirá tal requisito? En todo caso debemos tener en cuenta lo siguiente. En la Web (Mats. Educ. bachillerato1980) afirman que: “La estatua, es el núcleo esencial del monumento conmemorativo que, en las culturas con sentido histórico, implica la idea de perpetuar la memoria de aquello que representa. Principalmente el de carácter simbólico y moral, cuya finalidad es representar como héroe a un personaje o a una clase social” María Rostworowski en “Doña Francisca, una Ilustre Mestiza” dice que dicha unión conyugal fue fraguado por Pizarro padre, para establecer hábilmente una alianza que terminara neutralizando a los Incas; afirma también que la primera mestiza toda su vida se ocupó de sus asuntos personales; gustaba llamarse “Marquesa de las Charcas” orgullosa de su abolengo, pero que a su vez ventilaba en el Consejo de Indias su derecho a recibir el mismo trato dispensado a su padre, tramitaba también suponemos, el mismo título nobiliario. Por eso creemos que solo ha representado a la cultura ibérica y a todo lo que su padre y demás miembros de su aventurera empresa realizaron en el Perú. Es desacertado erigir un monumento a esa relativa situación de aparente y pacífica relación, pues los españoles al encontrar el oro y la plata del soñado País de Jauja la despojaron. Carlos Hurtado asevera, que las autoridades estaban obligadas a aportar doscientos setenta y ocho mitayos cada cuatro meses a las minas de Huancavelica que funcionaban ya desde el siglo XVI, contribuyendo al serio despoblamiento del Valle y de Jauja. Clodoaldo Espinoza, da a conocer una carta enviada al Rey de España por el Protector de indios Domingo L. y el Fray Buenaventura en 1629, describiendo la decisión de las madres jaujinas de causar a sus hijos varones lesiones perennes para impedir corran el mismo destinos que sus parientes en las minas, y de la triste medida de un hombre que vuelve del socavón Huancavelicano, encuentra muerta a su esposa, hambrientos a sus hijos, decidiendo asesinarlos y suicidarse. Gaspar Rojas R. después de vilipendiar a los campesinos agrega: “Hay que declarar con sinceridad y franqueza que el indio en la ciudad es víctima del desprecio y el estropeo, por que su condición racial la mantiene en la ignorancia y la humildad genuflexa”. Entonces, tenemos como herencia colonial, un racismo disgregador. José Álvarez Ramos, dice que nuestra identidad debe ser enfocada desde el aspecto histórico, geográfico-cultural, mas no bajo el concepto de mestizaje por ser general, pues el ciudadano actual se prefiere jaujino, concepcionino, etc., más no mestizo. Una estatua a la doña simbolizará matutinamente la derrota del Tahuantinsuyo, del hurto cometido, el remache de nuestro inconsciente inferiorizado, el de ser un país fragmentado que no logra ser estado nación y por ello haber sufrido recientemente una apocalíptica guerra civil; hecho que no le hará favor alguno a nuestra alicaída identidad. Presumimos si, la existencia de un acaso inconsciente deseo de poner una estatua no a Doña Francisca sino a la memoria de su padre, donde se sientan ellos y sus nostálgicos ideales de clase social representados. Cambiarían las cosas si pusiéramos un monumento a Titu Cusi Yupanqui, al triunfo del migrante andino en la ciudad, a nuestra jaujina naturaleza de eternos y felices danzantes. Etc.