Hace 9 meses ya que Kala Tanta llegó al penal más grande del Perú. La panadería, pastelería y cafetería en el penal de Lurigancho es liderada por Gabriela Wuest, quien luego de organizar y lograr el equipo de nuestra panadería en el Callao, ahora forma un equipo con personas privadas de libertad que buscan una segunda oportunidad, todo en el marco del programa Cárceles Productivas, el mismo que tiene entre sus objetivos reducir la reincidencia. La nuestra no es la única panadería en el sistema carcelario nacional, desde hace muchos años en muchas sedes hay una panadería.
Estas líneas están motivadas por un dato reciente que nos llamó la atención. En nuestro país la reincidencia carcelaria promedio es de 25%. Los participantes del programa Cárceles Productivas, sólo en un 6% vuelve a delinquir. Y en el caso de los que pasaron por las panaderías, su reincidencia es cero.
¿Qué hace del oficio panadero un vehículo de transformación?
Ensayaré algunas de las razones que particularmente considero se conjugan para explicar porqué una persona que sale de la cárcel, gracias a su paso por una panadería no regresa más al sistema carcelario. Eso sí, en ningún caso me atrevo a afirmar que son verdades absolutas. Es una lectura muy personal e íntima.
En una entrevista que le hice al presidente del INPE, Javier Llaque, me expuso gráficamente los factores de riesgo identificados que han llevado a casi 100 mil peruanos y peruanas a la cárcel, dentro de los cuales tres están vinculados con la familia y otros son la falta de oportunidades educativas y la precariedad laboral.
Cárceles Productivas trabaja en dos de estas ausencias: la educación y la ocupación. Y desde ambos factores, logra lo que Amartya Sen definió como la expansión de las libertades, es decir, que las personas no solo deberían poder elegir cómo ser partícipes de la creación de su propio destino, sino también estar en capacidad y tener la oportunidad de hacer efectiva dicha elección.
El oficio de la panadería artesanal modela. La búsqueda de la perfección hace del panadero un observador paciente. Una extraña condición que le permite elevar episodios cotidianos a momentos memorables. Revela en realidad el valor de mirar con detenimiento.
El oficio de hacer pan todos los días e ir tras la masa perfecta fragua el carácter del panadero hasta reconocerse falible, imperfecto y eterno novato. Atesora el hecho de mirar con detenimiento, hace de la paciencia el único recurso frente a una larga fermentación, alimenta la esperanza de que en la próxima horneada será mejor que en la última. Es posible de ahí que todos los panaderos que conozco quisieran que sus seres queridos, alguna vez en su vida, hagan su propio pan. Los emociona revelar algo tan humano, movilizador y sin embargo tan poco difundido.
Nos hace tolerantes al fracaso y al mismo tiempo solidarios, porque es aquí donde el resultado del trabajo individual solo puede materializarse en un producto si hacemos bien un trabajo colectivo.
Ante esto, Henri Lefevre diría que el espacio donde hoy se despliegan los talleres de formación dejan de ser un contenedor físico para convertirse en un lugar cargado de significados. Así, los talleres del programa Cárceles Productivas, inicialmente espacios de reclusión y anonimato, se transforman en lugares de significado, donde las personas construyen vínculos, aprenden y se preparan para la reintegración. Así, la panadería y cafetería Kalatanta hace que ese pequeño espacio físico del penal deje de ser lo que el antropólogo Marc Augé denomina “no lugar” para convertirse en un entorno que dignifica y transforma.
En los talleres de formación en panadería y pastelería se fortalece los vínculos familiares y crea lazos entre pares.
La prueba de ello son los 60 internos que han pasado por alguna panadería de los penales peruanos y que al recuperar su libertad, ninguno ha regresado a prisión. Tres de ellos son ahora trabajadores de Kalatanta Callao.
Ahora que los sabemos, nos preguntamos dónde están los otros 57.