España, país que afronta una tercera ola por el COVID-19 con 2,5 millones de contagiados, presume de ser un oasis cultural en una Europa dislocada por la pandemia. A contraste con varios países vecinos, las salas de espectáculos, cines y teatros de este país siguen funcionando, reportó AFP.
“Estar aquí delante de ustedes lo considero como una gran bendición, y aplaudo con todo el alma el esfuerzo tan grande que se está haciendo en este país por defender la cultura”, así expresaba su gratitud, con la mano en el corazón, el tenor mexicano Javier Camarena, la semana pasada ante el público del Teatro Real de Madrid.
Delante del artista que en este momento sigue una gira musical por España, según La Vanguardia, estaban 1.200 espectadores con sus mascarillas y sentados en sus butacas tras seguir una señalética minuciosa y someterse a un control de temperatura.
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En España, las instituciones culturales fueron autorizadas a reabrir el verano pasado (2020), después de experimentar uno de los confinamientos más severos del mundo. Y siguen trabajando pese a la actual tercera ola por el COVID-19.
Para operar, eso sí, observan un estricto protocolo sanitario, que incluye aforos reducidos, distancia de seguridad entre espectadores, guardarropas y bares cerrados, sistemas mejorados de ventilación y un seguimiento de los eventuales casos.
En algunas salas, la inversión para ponerse al día ha sido un gran reto. El Teatro Real gastó un millón de euros en un sistema capaz de desinfectar con rayos ultravioleta la sala, los camerinos e incluso el vestuario.
Además, los cantantes de ópera son sometidos a pruebas PCR, al igual que los músicos de orquesta, que deben llevar mascarilla; aunque la excepción son los vientistas, ya que por obvias razones no tienen otra opción.
SOBREVIVIENTES CULTURALES
“Se puede y se debe” ofrecer estos espectáculos, dijo el ministro español de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, quien desea demostrar que “la cultura es un espacio seguro”.
No obstante, el impacto del COVID-19 en España obligó a cerrar temporalmente algunas instituciones de renombre, como el Liceu de Barcelona en noviembre.
Lamentablemente, entre los toques de queda nocturnos, el temor del público a contagiarse y las dificultades económicas derivadas de una primavera sin espectáculos, varias instituciones culturales del país siguen sin poder abrir y batallando por su supervivencia económica.
Según Javier Olmedo, director de la asociación “Noche en vivo”, que aglutina a 54 salas de conciertos en la región de Madrid, “el 80% no han abierto desde marzo”. “Es un momento de desesperación”, expresa.
En las redes sociales, se promueven iniciativas como #TeatroSeguro o #LaCulturaEsSegura con el objetivo de insistir en que no se detectaron focos en este tipo de lugares en España.
Marta Rivera de la Cruz, consejera de Cultura en el Gobierno regional de Madrid, señala que “las salas de música en vivo son las que tienen un horizonte más complicado”, y necesitarán “para recuperarse al 100% que la vacuna esté generalizada”.
A la espera de eso, las autoridades se interesan por los tests rápidos.
En Barcelona, 500 personas asistieron a un concierto, de pie, muy cerca unos de otros pero con mascarillas y previamente sometidos a un test en el marco de un estudio clínico, realizado en diciembre. Ocho días más tarde se supo que nadie resultó infectado.
Se trata de una receta que podría constituir “la solución más segura para reactivar el ocio”, según el especialista en enfermedades infecciosas Boris Revollo, artífice de este estudio clínico.
EL CINE
En el cine Renoir, en pleno centro de Madrid, el micrófono de la empleada de taquilla, sentada detrás de una mampara, anuncia “sala 3, al fondo después de las escaleras”.
“Como vas con la mascarilla, no hablas. La gente que come palomitas, eso sí que es una cosa un poco peligrosa, sí lo he pensado”, dice divertida Paloma Arroyo, una mujer de 38 años que vino a ver una película retrospectiva de Wong Kar-Wai, y defiende que la cultura ayuda a preservar también la “salud mental”.
Y si el transporte público se considera seguro, los cines lo son aún más, apunta otro espectador, Pablo Blasco, quien dice no comprender “por qué en los otros países no es así”.
A unos pocos metros, el “Café Berlín” alimenta las diversiones “del mundo de antes” en su última sesión, antes de cerrar hasta nueva orden. Bajo unas luces azuladas y una potente música, el público, a falta de poder bailar en la pista, se contonea en sus pequeños sillones de terciopelo colocados frente al DJ.
Un sucedáneo de baile, ya que, como muy bien explica la veinteañera María Llorens, falta “la fiesta, sentir la gente junta, y ¡el sudor!”.
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