La mañana del 30 de abril de 1945, Adolfo Hitler se despidió de los trabajadores de la Cancillería de Alemania, donde tenía su búnker principal, almorzó con su reciente esposa y pasadas las tres de la tarde se encerró en su despacho.
Cometió suicidio con un disparo en la cabeza y su cuerpo fue enterrado en los jardines del edificio en el cráter que había dejado el impacto de un obús ruso.
APREMIADO. Así de cerca estaban las tropas soviéticas que ya habían cerrado el cerco sobre Berlín, arrollando en sus calles a batallones formados por hombres mayores de 60 y chicos de hasta 12 años. Una semana después, el 7 de mayo, Europa era testigo del fin de la Segunda Guerra Mundial.
El conflicto, calificado como el acontecimiento más importante del siglo XX, se inició el 1 de setiembre de 1939 con la invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi.
Aplicando un nuevo concepto bélico llamado blitzkrieg (literalmente “guerra relámpago” en alemán), los potentes blindados germanos arrasaron con el ejército polaco. El 17 de setiembre el Ejército ruso invade el país por el este y terminó rindiéndose a sus agresores el 6 de octubre.
La guerra pronto arrasó con toda Europa y empezó a expandirse al mundo entero. Lo mismo se peleaba en los desiertos egipcios, los fiordos noruegos, las selvas de Borneo o el estuario del Mar del Plata.
Finalmente, la presión conjunta de los Aliados -liderados por Estados Unidos e Inglaterra por el oeste- y del Ejército Rojo haciendo retroceder a los alemanes desde Stalingrado hasta Berlín hizo que tras el suicidio de su máximo líder, el último presidente de la Alemania nazi, Karl Dönitz, se rinda ante los americanos.
Todos los jararcas nazis tenían muy claro que debían rendirse a los aliados y no al Ejército Rojo de los soviéticos, pues era bien sabido que luego de la invasión del 22 de junio de 1941 a Rusia, las tropas de Joseph Stalin cobrarían hasta el último muerto de lo que fue el choque del fascismo contra el comunismo.
Cuando Hitler inició la “Operación Barba Roja” e invadió Rusia, comenzando lo que la historiografía rusa llama “la Gran Guerra Patria”, se inició una política de devastación que los rusos contrarrestaron destruyendo ellos mismos sus pueblos mientras retrocedían. Ahora que su contragolpe los llevaba al corazón de Alemania, no estaban dejando piedra sobre piedra.
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La Batalla de Berlín terminó al amanecer de un día como ayer, 2 de mayo, cuando el general Helmuth Weidling, el último jefe militar de la plaza berlinesa, entregó la ciudad a las tropas soviéticas al considerar inútil proseguir peleando.
El 4 de mayo, las tropas británicas aceptan la rendición y capturan a todos los soldados alemanes desde Holanda hasta Dinamarca.
El propio Dönitz ordena a los mortíferos submarinos de la Kriegsmarine que desistan de sus ataques y regresen a sus bases.
Al amanecer del 7, Alfred Jodl, nombrado jefe del Estado Mayor de Karl Dönitz, firma la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas bajo bandera alemana.
El documento hacía hincapié en que “todas las fuerzas bajo el mando alemán cesarán las operaciones activas a las 23.01 horas, hora de Europa Central, el 8 de mayo de 1945”, es decir, la guerra acababa tanto en el frente Oeste, contra los aliados, como en el frente Oriental, contra el Ejército Rojo. Desde ese año se celebra cada 8 de mayo el Día de la Victoria en Europa.
Y es que si bien el régimen nazi había terminado, en el pacífico, Estados Unidos aún libraban una dura batalla contra el Imperio de Japón, que isla por isla se batía en retirada.
Fue tras el lanzamiento de las dos bombas atómicas, el 6 y 9 de agosto, que el emperador Hiroito aceptó la rendición incondicional de sus tropas a los aliados.