La toma de Kabul, la capital de Afganistán, por parte de los talibanes es cuestión de tiempo. Inicialmente, EE.UU. preveía que ello ocurriría en 90 días, pero todo apunta a que esa estimación es demasiado optimista. En octubre de 2001, tras los ataques del 11 de setiembre, Washington lanzó una ofensiva militar —para encontrar a Osama bin Laden— que logró despojarlos del poder para diciembre de ese mismo año. Dos décadas después, las milicias fundamentalistas islámicas pretenden recuperarlo casi con la misma velocidad. En mayo, motivadas por la retirada de tropas de EE.UU. y sus aliados, comenzaron una fulgurante campaña que las ha puesto a menos de 50 km de Kabul. Tomar la capital es tomar el país. Pero, ¿qué implicancias tiene ello para la población civil?
La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) advirtió que el número de víctimas civiles en Afganistán podría ser este año “el mayor del que se tiene registro”. Por lo pronto, los desplazados en lo que va de 2021 superan los 400,000. Solo desde mayo, al menos 250,000 han dejado su hogar. De esa cantidad, 80% son mujeres y niños.
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, expresó esta semana que es “particularmente espantoso y desgarrador ver informes sobre cómo los derechos ganados con tanto esfuerzo por las niñas y las mujeres están siendo arrebatados”. Por ejemplo, crecen las denuncias de jóvenes obligadas a casarse con los combatientes talibanes.
La Unión Europea (UE), por su parte, ha advertido que la reconquista del país de mano de los talibanes tendrá implicancias internacionales, provocando un éxodo similar al desatado por la guerra en Siria. Solo en 2020, unos 44,000 afganos pidieron asilo en la UE. La situación es especialmente crítica para aquellos cercanos al actual Gobierno que surgió al amparo de EE.UU. y sus aliados. Estas personas temen por sus vidas.
En medio de este clima, el Programa Mundial de Alimentos ha señalado que el conflicto acerca al país a una “catástrofe humanitaria” por hambruna, con cerca de 14 millones de personas (un tercio de la población) con problemas de acceso a comida.
Historial de abusos. El Talibán (que en pashtún significa ‘estudiantes’) fue fundado en 1994 por el mullah y exmuyahidín Mohammed Omar. Los muyahidines fueron combatientes islamistas apoyados por EE.UU. para que luchen contra la ocupación soviética de Afganistán, la cual comenzó en 1979 y se prolongó alrededor de una década.
En los 90, tras el retiro de los rusos, comenzó una cruenta guerra civil, donde los talibanes, apoyados por Pakistán, empezaron a destacar. En 1996 tomaron Kabul y se hicieron con el Gobierno, hasta que una coalición liderada por EE.UU. se los arrebató en 2001, acusándolos de mantener lazos con Al Qaeda y cobijar a Bin Landen. Pero los talibanes nunca fueron totalmente derrotados. Se retiraron a zonas montañosas y emprendieron una estrategia de guerra de guerrillas y atentados terroristas contra el Gobierno democrático promovido por Washington.
Incapaz de vencerlos, en setiembre pasado, el Ejecutivo afgano inició negociaciones de paz con los talibanes en Doha (Qatar). Ya en febrero de 2020, EE.UU., bajo la gestión de Donald Trump, había alcanzado un acuerdo con los talibanes para retirar las tropas norteamericanas para mayo de 2021. Con la llegada de Joe Biden al poder, se estableció como nuevo plazo el 31 de agosto, fecha que el actual presidente está dispuesto a cumplir.
En el lapso de cinco años que presidieron el país, los talibanes impusieron la sharia o ley islámica. Se acabaron el cine y la televisión y a los hombres se les impuso el uso de barba. Pero la peor parte la llevaron la mujeres. A estas se les obligó a usar la burka y se les prohibió salir sin un acompañante masculino y trabajar, y a las niñas ir a la escuela. Además, las mujeres acusadas de delitos como el adulterio eran azotadas e incluso apedreadas hasta la muerte. Este es el escenario que promete volver a imperar en Afganistán cuando los talibanes se consoliden en el poder.