“La sangre densa del chaval al que dispararon en la zanja, los chicos que perdimos por confiar armas a las manos equivocadas”, canta el rapero keniano Wyban, en unos versos que pretenden denunciar la violencia policial en el asentamiento informal de Mathare, en la capital de Kenia.
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Palabras crudas, de duelo, pero también de protesta por el derecho a una vida digna son las que blanden Wyban y otros jóvenes desde este barrio de Nairobi. En el Día Mundial de la Poesía que se celebra este domingo, pero también el resto del año, la palabra cantada se ha convertido ya en parte esencial de la movilización popular en Mathare.
Los jóvenes rapean sobre derechos como el acceso al agua, un espacio libre de residuos o el fin de la impunidad sobre la brutalidad policial, que se ha cobrado al menos 541 vidas en Kenia desde 2017, según la organización keniana Missing Voices.
“Lo primero que veo cuando me levanto son montañas de basura, si miro alrededor solo hay casas grises, letrinas mal cuidadas. Y eso define cómo nos vemos a nosotros mismos”, asegura Wyban, nacido y criado en Mathare y con 25 años recién cumplidos.
Junto con más jóvenes del barrio, este rapero impulsó el Movimiento Verde de Mathare (MGM, en inglés), en el que se dedican a limpiar espacios desbordados por la basura y reocuparlos con árboles para “cambiar el entorno y cambiarnos a nosotros mismos”.
Desde 2017, “hemos transformado con éxito unos siete puntos”, asegura Wyban, donde el olor a podredumbre ha dado paso al aroma húmedo de las plantas.
“Filosóficamente escogemos el árbol -árboles frutales, medicinales, simplemente bonitos o memoriales- porque para nosotros es el símbolo de nuestra resistencia, de nuestra regeneración”, apunta el activista.
Y mientras estos árboles enraizan, la música se expande también por las calles del asentamiento, porque estos activistas, la mayoría artistas al mismo tiempo, han encontrado en la palabra cantada la herramienta más efectiva para difundir su visión “de un futuro diferente para Mathare, más verde, con una población políticamente consciente”.
Educando y recordando
“Los colonizadores se apropiaron de nuestras tierras, desplegaron alambradas de púas en ellas”, recita el rapero Stoneface, rompiendo a cantar con naturalidad en plena conversación, como si la música fuera una continuación orgánica de su discurso hablado.
“Utilizo la música para liberar y educar a la comunidad, para que hablen sobre los problemas que les afectan, como un canal para llegar a las masas en Mathare”, señala este artista de 22 años.
Cuando Stoneface Bombaa -nombre artístico de Brian Otieno- empezó a escribir música, sus letras no tenían ningún contenido social o político pero todo cambió en 2016, cuando descubrió el Centro de Justicia Social de Mathare (MSJC, en inglés).
Entre las paredes de este local algo destartalado, cubiertas, sin embargo, de coloridos murales con consignas de libertad, se organizó la protesta que reunió el pasado 8 de junio a cientos de personas contra la brutalidad policial.
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“La música es un testigo. Los niños y las ‘mama mbogas’ (vendedoras de los puestos callejeros de verduras) presencian los asesinatos, pero se quedan en silencio, y el silencio nos está matando incluso más que la Policía”, señala. “El silencio es una forma de violencia en sí mismo”.
Más adentrado en la red de callejuelas irregulares de Mathare, a la orilla del río donde acaba gran parte de la basura que tratan de hacer desaparecer estos jóvenes, se levanta el Centro Sanaa, otro espacio modesto en estructura, pero ambicioso en objetivos donde celebran eventos de música y arte cada mes.
“Ninguna raza, ninguna tribu nos separa de vosotros”, entona Micko Migra, rapero y cofundador del centro, arrojando un verso muy significativo en un barrio que ha sido escenario de fuertes choques interétnicos en citas electorales pasadas.
“En nuestra comunidad, muchas personas no han tenido acceso a una educación y viven en la pobreza, así que si les dices que lean (sus derechos en) la Constitución, les resultará complicado. Pero si incluyes esa misma información en la música, lo podrán entender”, explica Micko, de 26 años y cuyo nombre real es Oula Agira.
En la lengua del pueblo
Un mismo ADN lingüístico conecta estas canciones de vigilia y protesta: la mayoría de artistas de Mathare escogen rapear en sheng, la jerga local nacida de la mezcla entre suajili e inglés, cuando hablan sobre la violencia que aflige a la comunidad.
“Cuando escribo sobre los problemas de mi gente quiero hacerlo en la lengua que mejor entienden”, dice Stoneface, mientras Micko Migra apuesta por el lúo, la lengua de su etnia, una de las mayoritarias entre las más de cuarenta tribus que habitan el país.
Aunque ni los árboles ni las palabras serán escudos físicos contra la violencia para la población de Mathare, esta generación de jóvenes libra su propia batalla colectiva a través de la música, para construir consciencias, y de los árboles, que reverdecen y dignifican el espacio que habitan.
“Como artistas, es nuestro deber articular lo que las personas sienten de manera que puedan identificarlo. Ya saben que la Policía los mata, pero a veces no saben cómo decirlo o a quién. Por eso, tú lo articulas para ellos, porque eres uno más”, concluye Wyban.