Si la acogida de los alumnos para que se sientan seguros y queridos es un prerrequisito para su buen desempeño escolar, eso debiera definir los valores y prioridades del clima institucional, la formación y rol del director, los profesores, psicólogos escolares y asistentes sociales. La empatía y la inteligencia emocional deben ser valores centrales en la formación y quehacer docente.
Para poder generar bienestar socioemocional en los alumnos, eso debe existir a la vez entre los directores y profesores, que deben sentirse pertenecientes, valorados, reconocidos y sostenidos, ya que ese bienestar funciona de modo transitivo.
Esto requiere dos componentes: una formación en psico-pedagogía que les dé herramientas apropiadas a los docentes, y suficiente autonomía para tomar iniciativas profesionales para lidiar con los asuntos de sus clases, sin la asfixia de los protocolos, estándares, competencias predefinidas para el grado, etc.
Eso supone además una visión de currículo y competencias más flexible, que tome en cuenta cada contexto particular de cada colegio dentro de un sentido de realidad. De allí que la autonomía escolar requiere ir de la mano con un currículo nacional general que solo sea un rector referencial muy flexible, lo que es más pertinente que aquel currículo que entra en detalles y define un sinfín de competencias y desempeños esperados, que obligan a la escuela a llenarse de evaluaciones estandarizadas y normas que condicionan cada acción pedagógica o remedial de la escuela.
Si la prioridad es la acogida, eso debe sentirse sin ataduras en el currículo.