Conocida por los hombres del derecho es la díada autoridad-poder. Sobre este equilibrio se construyó la República romana. Para los romanos el jurista tenía que tener autoridad, esto es, debía ser el detentador de un “saber” socialmente reconocido, y tal conocimiento especial era la piedra sobre la que se construía el prestigio del juez que dictaba una sentencia: Derecho es lo que dicen los jueces, los jurisprudentes, los prudentes del Derecho. El jurista tenía una autoridad vinculada al conocimiento y el conocimiento máximo para el romano era el inicio de la independencia. Así, el prudente del derecho era capaz de ser independiente, porque velaba por una ciencia jurídica capaz de garantizar el equilibrio republicano. Conocimiento va de la mano con independencia y esclavitud con poder. Eso no ha cambiado en dos mil años de historia.
En efecto, solo los juristas con autoridad son capaces de asegurar su propia independencia. Solo cuando se posee una verdadera autoridad, el jurista es capaz de resistir a las presiones del poder, defendiendo la Constitución y el Derecho, lo que equivale a defender la democracia y la civilización, la propia existencia de la República. La autoridad es personalísima y el jurista que la posee triunfa sobre las pulsiones autoritarias amparándose en la ley y en los principios. Así se hace historia.
Necesitamos recuperar la autoridad de nuestros juristas, porque la autoridad es independencia y sin operadores jurídicos independientes la democracia se transforma en tiranía. Por eso, el Derecho es la última frontera pacífica contra la tiranía. Los peruanos debemos estar confiados en la verdadera autoridad, porque ella está llamada a corregir los excesos del poder.