No hay duda que en los últimos años ningún gobierno ha tenido la voluntad política de construir más cárceles para hacer frente a la creciente ola de violencia que nos golpea con fuerza desde hace 15 años, pero que se ha visto incrementada con la migración venezolana que ha traído a gente buena y trabajadora, pero también a seres despreciable y de triste recordación como “maldito Cris”, Sergio Tarache o Wanda del Valle.
Ayer en Correo hemos recordado que el último reclusorio que se ha inaugurado en Lima fue Piedras Gordas II en 2010, para reos primarios, que en realidad sirvió para reemplazar a San Jorge, que se ubicaba en el centro de la capital, por lo que en la práctica no se crearon más espacios para albergar a sentenciados e investigados, como si la criminalidad no hubiera tenido una explosión considerable.
Es fácil pedir a la policía que arreste a los delincuentes en las calles y que fiscales y jueces los manden a la cárcel. Eso está muy bien y es lo que debería suceder. Sin embargo, cabe preguntarse… ¿y dónde los metemos? Si ya teníamos cárceles hacinadas, ahora que la criminalidad se ha incrementado, era obvio que parte de la estrategia, que es evidente que no ha hubo, debió ser habilitar más centros de reclusión. A nadie se le ocurrió algo tan elemental.
En el año 2004 teníamos 31 mil reclusos, y hoy son casi 94 mil. La cifra se ha triplicado, pero ya no es espacio para más. Se ha hablado mucho de los grilletes electrónicos para los reos de baja peligrosidad. Es una buena opción, pero esa alternativa anunciada hace muchos años, ya suena a cuento chino. Está claro que tampoco existe la voluntad política de usarlos para descongestionar los penales desde donde se ordenan muchos asesinatos y extorsiones.
Sería bueno saber qué esperan las autoridades para atender la necesidad de más penales que, dicho sea de paso, no se levantan de la noche a la mañana y ni en un par de meses. Si siguen de brazos cruzados mirando cómo se llenan más Lurigancho y Castro Castro, El Milagro o Río Seco, no se sorprendan si más adelante todo estalla y nos toca vivir una realidad tan dura como la que hoy padece Ecuador. Esa pesadilla no está muy lejos de nuestras realidad. Advertidos están todos.