La situación del premier Alberto Otárola es muy crítica y merece ser echado en el acto por andar enamorando a señoritas con puestos de trabajo en el Estado. Sin embargo, llama la atención que en el Congreso veamos a grandes encubridores de “niños”, “mochasueldos”, tránsfugas, rasgándose las vestiduras y poniendo cara de indignación ante la situación delictiva en la que ha sido sorprendido el jefe del gabinete ministerial.
Es irónico que este Poder Legislativo plagado de defensores de prófugos de la justicia, de filosenderistas, de golpistas y de sindicalistas que se niegan a ser evaluados hoy se muestre indignado, aunque razón no le falte luego que se ha sabido de las andanzas de Otárola que no se conocen solo de ahora, sino de tiempo atrás, aunque el premier haya tratado de negar todo y seguir como si nada.
Lamentablemente este es el nivel de nuestra política. El llamado a fiscalizar al Poder Ejecutivo, es decir el Poder Legislativo, un cuenta con autoridad moral para hacer la labor que le manda la Constitución debido a los pésimos antecedentes de muchos de sus miembros que ni siquiera son sancionados debidamente, como está a punto de suceder con el caso de la legisladora turista Digna Calle.
Otárola debe salir, pero los congresistas tienen que darse cuenta que a muchos les queda pésimo el papel de indignados o moralistas luego de andar pasando por agua tibia hasta delitos de robo como es el que cometen los llamados “mochasueldos”. Terrible.