Una columna de Derek Brahney en el NYT (13/05/2022) habla de los efectos negativos en la capacidad de aprender que dejó la pandemia en los universitarios y que están manifestándose al retornar a la presencialidad
Menciona que en sus clases ahora presenciales, tanto en las públicas como en las privadas, casi siempre falta un tercio variable de los estudiantes que entierran sus rostros en las pantallas de sus laptops y no reaccionan a las preguntas que hace al conjunto. Algunos estudiantes dormían abiertamente durante ellas. Los estudiantes simplemente no estaban haciendo lo que se necesita para aprender. Según varias medidas (asistencia, tareas atrasadas, calidad de la discusión en clase), se desempeñaron peor que cualquier estudiante que hubiera conocido en dos décadas de enseñanza. Ni siquiera parecían estar intentándolo.
Cuando publicó sobre esto en Facebook decenas de amigos de otras instituciones del país dieron informes similares: reportan poca asistencia, poca discusión, falta de tareas y exámenes reprobados.
La educación superior se encuentra ahora en un punto de inflexión que demanda ayudar a los estudiantes a reconstruir su capacidad de aprender cosa que compromete a todos los involucrados, es decir estudiantes, facultades, administradores y el público en general que debe insistir en generalizar las clases presenciales.
No se trata de relajar los estándares de aprendizaje exigibles por compasión porque facilita a los estudiantes desconectarse de las clases. Se trata de diseñar las clases para que los estudiantes vuelvan a disfrutar de la experiencia de aprender.