Mi abuelo Javier de Belaunde tenía una fijación con el lavado de manos. Era un tema de conversación común cuando lo visitaba (“hay que lavarse bien las manos”, “tómate tu tiempo haciéndolo”). ¿La explicación a esta sana obsesión? Mi abuelo - que vivió hasta los 104 años - sufrió de cerca una pandemia que invadió el valle de Majes cuando era chico. En su libro de memorias cuenta:
“Cuando se produjo la gravísima epidemia de la ‘gripe española’ murió mucha gente. Habían sepelios casi todos los días. El sombrío recuerdo de aquella epidemia que causó tantas muertes, provocando zozobra en los hogares, lo guardo hasta hoy. Mi padre sufrió esa enfermedad, que lo puso al borde de la muerte. No había médico que pudiera asistirlo. El cuadro era ciertamente desolador”.
A diferencia de muchos en el valle, el bisabuelo sobrevivió de milagro. Y a mi abuelo le quedó grabado por los siguientes 94 años la importancia del lavado de manos como medida para evitar graves enfermedades.
La Organización Mundial de la Salud explica que en el mundo mueren anualmente más de 3,5 millones de niños menores de 5 años a causa de enfermedades infecciosas que pueden ser fácilmente prevenibles con un correcto lavado de manos. En estos días sabemos que es la única medida efectiva conocida contra el coronavirus.
¿El problema? Nuestras escuelas, nuestros hospitales y nuestras ciudades no facilitan las acciones de limpieza. Por ello resulta tan importante escuchar al doctor Elmer Huerta cuando señala en los medios la imperiosa necesidad de contar con un Plan Nacional de Saneamiento y Salubridad. El lavado de manos salva vidas.