La llegada al poder en el Perú por primera vez de un gobierno de izquierda no parece que será el único, y lo digo desde el puro realismo político. Veamos. En Chile, la victoria de la izquierda sureña logró su cometido, es decir, después de insistir en las calles por más de un año, consiguieron llevar adelante un referéndum en la idea de cambiar la Constitución de 1980 dada por el dictador Augusto Pinochet.
El pasado 4 de julio fue instalada la Convención Constitucional que en 9 meses más, pondrá en la mesa democrática de los chilenos un nuevo proyecto de Carta Magna, seguramente de corte progresista, dada la dominante presencia de los partidos y movimientos de izquierda en la referida Convención. Con ese marco, es probable que la izquierda llegue empoderada en las próximas elecciones presidenciales del 21 de noviembre, seguramente de la mano del diputado Gabriel Boric, que buscará al sucesor del derechista Sebastián Piñera.
En Colombia la pretendida desestabilización y defenestración del gobierno de Iván Duque, ha movido el piso de la derecha cafetera. En efecto, el exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, -que sorprendió en la última elección presidencial, quedando por detrás de Duque-, podría arremeter con mejor suerte, cuando llegue el proceso en este país previsto para el 29 de mayo de 2022. Colombia recién en el 2016 pudo arreglar su problema de violencia interna por un acuerdo de paz con las FARC.
Es casi seguro de que Luiz Inácio Lula da Silva, una vez que ya ha superado los escollos judiciales que lo llevaron a la cárcel, se convierta, una vez más en presidente de Brasil, mirando las elecciones de 2022. Son países con gobiernos de izquierda, Argentina, Bolivia y Venezuela. En un segundo anillo -América Latina- lo son México, Cuba y Nicaragua. Solamente Ecuador, con el derechista Guillermo Lasso, quedaría en complejo solitario. La derecha de nuestra región deberá hacer grandes esfuerzos para recuperar el espacio perdido o por perder, pero sin desesperar pues el nuevo mapa geopolítico de nuestra región sólo está confirmando que el poder es cíclico en la ciencia de las relaciones internacionales.