Después de lo visto ayer en las calles que separan a Palacio de Gobierno con la sede del Ministerio Público, en la avenida Abancay, alguien debería decirle al profesor Pedro Castillo que el hecho que se siga autodenominando “presidente del pueblo” ya suena a broma de mal gusto, pues quien de verdad se siente querido por el ciudadano de a pie, no acude a ningún lado rodeado de por lo menos 100 policías entre agentes de Seguridad del Estado, Antimotines y hasta de la Policía Montada.
Incluso fue necesario cerrar el tránsito vehicular en la caótica avenida Abancay para que “el presidente del pueblo” pueda caminar tranquilo y sin temores con su nutrida escolta personal, mientras los agentes con escudos y varas mantenían alejados a los periodistas y evitaban que se le acerquen aquellos que gritaban insultos a un mandatario que ya debería darse cuenta que no tiene nada de popular y que la gente no lo quiere, por más que sus ayayeros le digan lo contrario.
Ver al presidente Castillo rodeado de policías y saludando con la mano en alto me hizo recordar a un genial pasaje de El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, en que los adulones del dictador le hacían creer que la gente que se peleaba con la guardia en su intento por llegar al palacio presidencial, lo hacía para abrazar y tocar las manos de su líder, cuando en realidad esa muchedumbre furiosa quería acercarse al tirano solo para lincharlo y echarlo del poder por impresentable.
Lo más irónico de la escena de ayer, es que el mandatario se ha hecho rodear de por lo menos cien agentes de la Policía Nacional no para una actividad propia de su gestión, sino para acudir a un interrogatorio en el Ministerio Público, el cual lo investiga como presunto cabecilla de una banda de hampones enquistada en el Estado para saquearlo, en compañía de prófugos con bastante suerte como el exministro Juan Silva, el ex secretario palaciego Bruno Pacheco y el sobrino engreído Fray Vásquez.
El presidente Castillo debería ser consciente no solo de su escasa popularidad, sino también del gran daño que ocasiona al país por permanecer en el poder en medio de la incapacidad y la corrupción de su gobierno que cada día se hace más palpable. Es verdad que el profesor fue elegido por cinco años, pero antes de caer por el abismo, es urgente que el Perú se libere de este caballero que nos ha regalado la peor administración de nuestros 200 años de vida.