Ayer se confirmó que el controvertido publicista brasileño-argentino que se hace llamar Luis Favre ha vuelto a participar en un proceso electoral peruano, esta vez de la mano de quien sin duda tenía más posibilidad de pagarle lo mucho que cobra: el candidato César Acuña, quien según la última encuesta de Datum está en un empate técnico con Pedro Pablo Kuczynski en el segundo lugar de las preferencias, lejos de la puntera Keiko Fujimori.
Nada tendría de malo este hecho si no fuera por los antecedentes del personaje, muy vinculado al oficialista Partido de los Trabajadores (PT), de Lula da Silva y Dilma Rousseff, hoy en la mira por millonarios actos de corrupción cometidos en “alianza” con empresas constructoras brasileñas que también operan en nuestro país y que tienen mucho que explicar al Ministerio Público por obras adjudicadas en los tres últimos gobiernos que hemos tenido.
Pero recordemos bien lo que ha hecho en el Perú, pues lamentablemente la “plata como cancha” de Acuña ha traído de vuelta a nuestra política a quien con sus dos últimos trabajos nos dejó autoridades que son, realmente, para el olvido. Ahí está Ollanta Humala, quien de la mano de Favre dejó el rechazado polo rojo y lo suavizó con la camiseta blanca y la camisa celeste de campaña; lo vendió menos “achorado” e hizo que hasta los “defensores de derechos humanos” se olviden del “capitán Carlos”.
Luego llegó la “chambita” que hizo en Lima para salvar a Susana Villarán de la casi segura revocatoria, a través de una millonaria campaña que incluyó paneles con artistas, que se encargó de manejar precisamente Anel Townsend, el flamante jale de Acuña, quien así pasa a integrar su sétima u octava agrupación partidaria. Todo un ejemplo de lealtad y consecuencia política, pero ese es otro tema que seguro dará que hablar en los próximos días.
Qué duda cabe de que Favre sabe hacer su trabajo. Por eso cobra lo que cobra. Sin embargo, queda a los peruanos estar atentos para que no nos vuelva a vender a un Humala -el del quinquenio perdido, el “gobierno familiar”, Belaunde Lossio y la DINI- o a una Villarán con su deficiente gestión que ni un malecón pudo hacer, que además estuvo plagada de actos de corrupción tras una campaña contra la revocatoria que, a propósito, nunca se supo quién pagó. Nosotros tenemos la palabra.