Todos los niños que van al mismo colegio, con los mismos recursos, abordajes pedagógicos y profesores, ¿por qué no rinden igual? ¿Por qué en todos los colegios hay “los mejores” y “los peores” alumnos? Porque cada niño es diferente en su ADN, psicología, intereses, capacidades cognitivas, etc., lo que hace que su abordaje de los asuntos escolares sea distinto, y dependiendo de lo que priorice la escuela, serán rankeados colocando a unos arriba y a otros abajo en la escala de méritos.
Entonces, ¿tiene sentido aspirar a que todos obtengan los mismos resultados? De ser así, estaríamos “premiando” a unos por su carga genética/psicológica/familiar ventajosa para encarar los retos escolares frente a los otros que la tienen diferente o disminuida.
Siendo así, ¿debe ser el colegio un espacio de segmentación y condena a los alumnos en función de su carga genética/psicológica/familiar de origen, que la escuela uniforme para todos no podrá modificar sustantivamente, o debe ser la escuela el espacio de igualdad de oportunidades para ser buenas personas y felices, lo que implica algo distinto para cada alumno?
El daño que hace la “meritocracia” basada en estándares e indicadores de logros uniformes para todos es que de inicio favorece a unos y perjudica a otros, penalizando las diferencias personales. Es imprescindible una educación personalizada cuyo objetivo no sea que “todos aprendan lo mismo”, sino que cada uno aprenda lo que le resulta relevante para tener éxito, cultivar su pasión y ser feliz en su caso particular. Cambiar ese chip está en la base de la verdadera revolución educativa.