Preciosa pieza la que escribió Jean Anouilh (“Becket o el honor de Dios”) en la que narra la historia de la lucha entre el rey de Inglaterra con su viejo amigo Thomas Becket. Enrique II, el rey de Inglaterra, quería, basándose en su antigua amistad, que Becket, arzobispo de Canterbury, se sometiese totalmente a la monarquía sin dejar para la Iglesia un rescoldo de independencia. Becket se opuso a tal sometimiento. Cuando los dos se reunieron en Francia, en tierra neutral, no lograron un acuerdo.
Thomas Becket, arzobispo primado de Canterbury, a pesar de su simpatía y amistad por Enrique II de la casa Plantagenet, no dudó en mantener la independencia de la Iglesia en nombre del “honor de Dios”. Al llegar al trono Enrique II convirtió a Becket en su mano derecha, nombrándolo canciller de Inglaterra. Y cuando, llegado el momento, el Rey tuvo que enfrentarse a la jerarquía eclesiástica por los impuestos con que buscaba gravarla, decidió nombrar a Becket para la sede primada de Canterbury transformándolo en la cabeza de la iglesia de Inglaterra, pensando que con esto lograría ventaja sobre la Iglesia. Sucedió al revés. El cargo convirtió a Becket en el más ardoroso guardián de los derechos de la Iglesia y no dudó en enfrentarse una y otra vez al Rey con el argumento de que su obligación como Prelado era “velar por el honor de Dios”. De hecho, cuando el rey le comunicó a Becket su nombramiento este respondió: “si me designan arzobispo, ya no podré ser vuestro amigo”. Primero la conciencia, después la amistad.
Se echa en falta esta independencia cuando hablamos del periodismo peruano, tan matizado por el interés económico que se disfraza de autonomía y libertad. No, amigos, la libertad no tiene precio.