San Juan Pablo II, el primer papa polaco en la historia de la Iglesia -lo vio y vivió mi generación, en nuestra juventud, intensamente-, que nació un día como ayer, de 1920 -Era el primer año del denominado Oncenio de Augusto B. Leguía en el Perú (1919-1930)-, hace 102 años, es el pontífice que estuvo al frente del Vaticano durante toda la última etapa de la Guerra Fría (1945-1989), expresada en el final del comunismo en el mundo.
Mientras para los jóvenes peruanos, los primeros años de su papado -nos visitó dos veces: 1985 y 1988-, eran los tiempos de la década perdida por el desastre de la economía peruana y la insania del terrorismo, para los de Europa y otras partes del globo, el derrumbe de la Unión Soviética (1991), apresurado por el Glasnost (Transparencia o apertura) y la Perestroika (Cambio o reforma) liderados por Mijaíl Gorbachov, eran los temas de su mayor atención.
Elegido Vicario de Cristo en 1978, luego del efímero pontificado de su predecesor, Juan Pablo I, cuya muerte sigue siendo un enigma en el imaginario colectivo del catolicismo, Karol Wojtyla, se alzó como un verdadero abanderado contra el comunismo, al que había combatido desde sus tiempos en Wadowice, su tierra natal, y de arzobispo en Cracovia. En efecto, fue prelado, primero, y papa, después, muy valiente. Nunca se dejó intimidar por los marxistas que sistemáticamente hicieron la vida imposible a la Iglesia polaca. Wojtyla tuvo las agallas que muchos creían ausentes en la cabeza visible del clero y fieles del catolicismo.
De hecho, su elección como pontífice estremeció y enloqueció a la maquinaria comunista que trabajaba conforme las instrucciones de Moscú, para arrasar con la religión en un país eminentemente católico. Fue, como sabemos, totalmente infructuoso. Cuando fue elevado a la condición de Santo Padre, la fe e identificación de los polacos para con la Iglesia, se vio acrecentada notablemente. El papa Wojtyla, hizo muchísimo no solo por la Iglesia sino por la sociedad internacional en los 27 años que estuvo al frente del Vaticano y hasta alienta decididamente el ecumenismo que fue la mirada de apertura hacia la unidad de las distintas confesiones cristianas. Llamado el “Papa peregrino”, por sus incontables viajes por los 5 continentes, Francisco lo canonizó en 2014.