En las últimas dos semanas, la dictadura nicaragüense a cargo de Daniel Ortega ha dispuesto la arbitraria detención de 13 líderes de la oposición, precisamente cuando este impresentable que llegó al poder en 2007, tentará una nueva reelección en menos de cinco meses. Se trata, pues, de uno de esos nefastos representantes de esa izquierda latinoamericana de estos tiempos que llega al poder por medio de las urnas y busca quedarse para siempre, al estilo Venezuela y Bolivia.
Estos arrestos ordenados por quien controla los poderes públicos a través de miembros de su familia colocados en puestos estratégicos (su esposa, Rosario Murillo, es la actual vicepresidenta de Nicaragua), se suman a los ataques a los medios de comunicación por medio allanamientos. El sujeto que en 1979 tomó el control del país vestido de verde olivo y a través de una revolución armada, está limpiando el camino para que nada le impida iniciar un cuarto mandato consecutivo.
Sin duda, en los últimos años la dictadura venezolana ha hecho bastante ruido en el mundo, tanto como para que el drama de la pequeña Nicaragua pase casi desapercibido. Lo cierto es que la situación generada por la eterna dictadura de Ortega, un aplicado alumno de Fidel Castro, es insostenible. Las violaciones a los derechos más elementales son flagrantes de parte de este tirano, pero claro, como se trata de un comunista, muchos prefieren callar.
Preocupa mucho que las arbitrariedades se estén cometiendo desde hace varios años en la chacra de Ortega y su familia, y que más allá de las condenas formales y retóricas de diferentes países del mundo, no se pueda hacer nada más. Nadie ha sido capaz, hasta ahora, de frenar a este dinosaurio que llegó al poder ofreciendo mil maravillas y que cree que puede hacer lo que le dé la gana en un país empobrecido y que en la práctica se ha vuelto un paria.
Países como el nuestro, que corren el peligro de caer en manos del “socialismo del siglo XXI”, estamos advertidos. Esta gente llega para no irse, a través de sucesivas reelecciones al amparo de nuevas constituciones hechas a medida. Miremos a Venezuela, pero también a Nicaragua. A propósito, en medio de estos hechos, cabe preguntarnos: ¿si en el Perú Pedro Castillo gana la elección, veremos a Ortega en Lima asistiendo a la ceremonia de asunción de mando?