En su columna “El emprendedurismo como Caballo de Troya en la educación” (La Capital, 28/10/2017) Myriam Feldfeber sostiene que la educación pública se privatiza cuando hace suya la orientación hacia el emprendedurismo y apuesta por un currículo por competencias, al que le interesa más la evaluación que los aprendizajes. Asumen dos principios: 1) Que el estudiante por su esfuerzo personal debe generarse su propio empleo (de lo que surgirán los ganadores y perdedores), y 2) Que el desempeño escolar del egresado debe conducirlo a ser un buen empresario o empleado competente (nuevamente, para ser capaz de ser un ganador entre tanto perdedor).
En ambos, lo que guía el modelo de persona a educar son las necesidades del mercado de tener disponibles personas productivas y empleables, en desmedro de todo aquello que apuntaría fundamentalmente a convertir a la democracia en el valor guía de la educación y, en consecuencia, priorizar la formación ciudadana y el bien común. Las personas pasan a ser empresarios de sí mismos y su éxito resulta de su propio esfuerzo y mérito. En ambos casos, esta lógica promovida por el BM, otros organismos financieros, consultorías y la OECD a los países a los que asisten con dinero o asesoría técnica, reconoce implícitamente como válida la distribución desigual de la riqueza.
A ello se suma la intención de que todos se eduquen para ser líderes, lo que le daría lugar a la “clase” de los líderes“ -que tendrán éxito y poder- y la ”clase“ de los que no lo son y no tendrán esos beneficios.
Provocadora postura que confrontan los “sentidos comunes intocables”.