En los últimos días, la presidenta Dina Boluarte ha afirmado que recibió el país al borde del abismo, señalando la ineficacia y corrupción que marcaban la gestión previa. Sin embargo, es fundamental analizar no solo lo que dice, sino también lo que no menciona. La mandataria fue, de hecho, parte fundamental de ese gobierno que ahora lapida y que encabezaba Pedro Castillo.
No es novedad que la anterior gestión haya sido dplorable, pero lo que llama la atención es la omisión de Boluarte respecto a su propia participación y las sombras que la rodean. Uno de los episodios más reveladores es la presunta influencia de la presidenta en la obtención de contratos para un amigo del hermano de Boluarte en el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS), durante su mandato como titular de esa cartera.
La Contraloría ha identificado irregularidades en estas contrataciones, planteando dudas sobre la legalidad y completitud de las órdenes de servicio. La respuesta de Boluarte ha sido desafiante, defendiendo a capa y espada la transparencia del proceso y cuestionando a la prensa que ha investigado el caso.
En un intento por desacreditar las primeras investigaciones sobre su hermano, hace algunas semanas, Boluarte calificó de “infamia” a los resportajes y acusó a un medio de manchar la honra de personas decentes.
Esta actitud desafiante y el rechazo a reconocer los cuestionamientos legítimos generan preguntas. ¿Se trata de proteger a su hermano y sus conexiones, o hay un temor genuino a enfrentar los desafíos de gobernar con eficacia? La sociedad merece una líder que no solo prometa transparencia y eficacia, sino que también esté dispuesta a enfrentar de manera responsable las sombras de su propio pasado y presente.