A la pesada mochila que ya carga un amplio sector de la izquierda por apoyar a un gobierno inepto y corrupto hasta el tuétano como el de Pedro Castillo y su premier Aníbal Torres, ahora se le suma otro lastre: el no haber sido capaz de deslindar de la candidatura a la Alcaldía de Lima por Juntos por el Perú del impresentable de Gonzalo Alegría Varona, acusado por su propio hijo de abusos de diversa índole.
Los que se promocionaban como la “reserva moral” y daban cátedra de decencia frente a la corrupción inaceptable de gobiernos anteriores, son ahora los más grandes escuderos de un presidente que tiene seis investigaciones abiertas en el Ministerio Público y que de no ser por el cargo que ocupa para desgracia del país, hace rato tendría que estar con orden de captura como varios miembros de su familia y de su entorno.
Pero más allá de eso, la grave denuncia contra su candidato a la Alcaldía de Lima los ha desnudado ante la ciudadanía, y eso también se ha traducido en la escasa votación recibida. Han ido hasta el final con este sujeto que ha sido objeto de una gravísima denuncia por parte de su hijo, y que ha mostrado en los últimos días actitudes que lo muestran como una persona con una conducta no adecuada para ocupar cualquier cargo público.
Los aliados del profesor Castillo han exigido “pruebas” contra Alegría o incluso una sentencia condenatoria para pronunciarse sobre el excandidato a la Alcaldía de Lima por Juntos por el Perú. Sin embargo, cuando se trata de los rivales políticos, no piden evidencias ni fallos judiciales para cuestionar y hasta demoler. A la primera salen a criticar y lavar banderas desde su supuesta autoridad moral. El doble rasero en su máxima expresión.
Para ellos no ha sido suficiente dedicarse a blindar a un gobierno central surgido del partido de un condenado por corrupción como Vladimir Cerrón, ni a respaldar a gente como Guido Bellido cuando fue premier. También se han hermanado con un personaje como Alegría. Es de los suyos. Los electores no los deben perder la vista. Tienen que recordar siempre quiénes son, para en su momento castigarlos en las urnas como ha sucedido esta vez.