Es medio del desastre que es este gobierno encabezado por gente para el olvido y oscura que nos están llevando directo y sin escalas al abismo, todo en nombre “del pueblo”, es bueno terminar esta turbulenta semana recordando que hace 25 años, un grupo de comandos del Ejército y la Marina pusieron el pecho para entrar a la residencia del embajador de Japón en Lima a fin de acabar con una gavilla de secuestradores y asesinos pertenecientes a una banda terrorista.
Si en el Perú hoy creemos que todo está perdido al ver en escena a Pedro Castillo, Vladimir Cerrón, Aníbal Torres, Betssy Chávez, Hernán Condori, “Puka” Bellido y otros, recordemos que de otro lado está la lección de entrega y amor al país que nos dieron de forma desinteresada, los miembros de nuestras Fuerzas Armadas que entraron a enfrentar a un grupo de hampones armados sabiendo que quizá no saldrían vivos, como sucedió con los comandos Juan Valer y Raúl Jiménez.
Irónico que los 25 años de la brillante operación militar Chavín de Huántar se celebren en momentos en que el país está en manos de un personaje que llegó al poder exhibiendo su innegable cercanía con elementos terroristas que lo acompañaron en una huelga que encabezó en 2017. Allí están, además, los ministros, funcionarios, prefectos y visitantes a Palacio de Gobierno que tienen amplios expedientes en la Dirección Contra el Terrorismo (Dircote).
Pero nada de esto, ni el odio de quienes no perdonan que los comandos hayan dejado muertos en unas escaleras a quienes califican “luchadores sociales”, ni de aquellos que pontifican sobre cómo combatir al terrorismo desde un café con su teléfono celular o bajo el aire acondicionado de la oficina de una ONG, debería empañar esta fecha que nos hace ver, incluso hoy, que no todo está perdido y que los peruanos siempre podemos salir del túnel.
Habrá que ver si el profesor Castillo dice hoy alguna palabra de elogio hacia los comandos que solo por amor el Perú y con total desprendimiento, mandaron bien lejos a criminales que también en nombre del “pueblo” y apelando al odio, la división y el resentimiento –eso que tanto le gusta al premier Torres–, soñaban por llevarnos por el camino del desastre a punta de dinamita y un fusil puesto en la sien de todos los que no estaban de acuerdo con su prédica criminal.